Pancarta durante una manifestación contra el Brexit en Londres.
14/10/2021
4 min

Mientras la troika tory, con Boris Johnson al frente, se pasea por Manchester Central trajeada de un azul impecable, las colas continúan en las gasolineras, los supermercados tienen algunos estantes vacíos, la inflación sube y los economistas pronostican una recesión. Aun así, todo son sonrisas en Manchester, donde el primer ministro intenta separar el Brexit de un caos nacional que ya no puede esconder.

La pandemia y la crisis energética en Europa han empeorado una situación que ya era vulnerable de por sí, precisamente después de que el Reino Unido cerrara las puertas a Europa al empezar el año. Acostumbrado y dependiente del comercio internacional, el país se ha topado de narices con las consecuencias más negativas del Brexit.

Empecemos por la energía: no es culpa de los tories que el precio del gas natural vaya de récord en récord. Se debe a un invierno frío el año pasado que ha reducido mucho las reservas en Europa; al hecho de que no haya soplado tanto el viento como de costumbre, lo cual hace bajar la aportación de energías renovables; al hecho de que Rusia y Alemania no lleguen a un acuerdo sobre un gasoducto entre los dos países (debido a las sanciones a Rusia), y a un aumento de la demanda por parte de los países asiáticos. Todo ello, hechos difíciles de prever o controlar. Pero lo que sí que se sabía, y desde hace mucho tiempo, es que el sistema energético británico siempre ha sido just in time, o dependiente del abastecimiento inmediato procedente del continente. Esto hace que si algo falla, por accidente o porque los países europeos quieren priorizar su propio consumo, la isla queda en segunda hila –un lugar donde se ha puesto a sí misma después de abandonar la UE.

Si hace frío, este invierno se nos hará muy largo a los habitantes de esta tierra siempre tan peculiar; yo misma, que pago más de 100 euros entre luz y gas cada mes, por si las moscas me he gastado 300 euros más en unas 40 bolsas de leña para la chimenea, que tengo apiladas en el sótano. Cuando en Thatcher privatizó muchas industrias, como la energía, para modernizarlas, poco se podía imaginar que treinta años después acabaríamos apilando leña. Las políticas de sus discípulos conservadores, con el Brexit al frente, llevan el mismo camino.

La falta de suministro a los supermercados y las gasolineras son consecuencia directa de la ruptura con Europa: el Brexit ha complicado y mucho las redes de comercio internacional que tan rico han hecho a este país desde la época victoriana. Desde camioneros hasta personal para los desolladores, la realidad es que contratar, importar y exportar es mucho más difícil desde el 1 de enero: para enviar un libro a Barcelona, por ejemplo, ahora tengo que llenar un formulario. Los datos del Banco Mundial lo dejan claro: las exportaciones e importaciones, que suponían un 63% del PIB británico en 2019, ahora representan el 55%. Esta cifra todavía es superior al 46% de Australia, el 35% del Japón o el 24% de los Estados Unidos –cosa que confirma el alto grado de dependencia del sector exterior de la economía británica–.

Los problemas energéticos y de suministro han hecho que el Banco de Inglaterra haya dejado las puertas abiertas a una subida del tipo de interés antes de que acabe el año. El organismo espera que la inflación suba al 4% anual debido a los problemas de suministro, además de la presión salarial debida a la falta de inmigración, y por falta de competencia de productos extranjeros –todo empeora por el Brexit–. La subida del precio de las botellas de vino español y francés en los restaurantes es muy notable; una copa de vino decente en el pub ya cuesta casi 8 libras, unos 10 euros, por lo cual me he pasado a lss shandies después de jugar a fútbol los jueves. No quiero ni pensar en la hipoteca.

Una subida de tipo de interés pondrá freno al crecimiento, sobre todo porque una gran parte de británicos tienen hipotecas a un tipo variable; pagar 100 o 200 libras más al mes obligará a muchos a recortar el consumo. Muchos economistas ya han hecho saltar la alarma advirtiendo que la combinación de poco crecimiento con inflación se llama estanflación –la garganta del lobo en economía porque es muy difícil salir de ella–. La última vez que el Reino Unido sufrió estanflación, durante la crisis energética de los 70, el país acabó llamando a la puerta del Fondo Monetario Internacional.

Evolución del cambio de dólar americano por libra esterlina

Como siempre, las monedas acostumbran a ser un espejo de las economías y, como vemos en el gráfico, la libra no ha hecho más que debilitarse después del referéndum del Brexit en 2016. La tendencia ya venía de antes: como vemos, la bajada ha sido pronunciada desde los años 70, un reflejo de que el país ha perdido la batalla contra la mejor y más potente industrialización y tecnificación de Estados Unidos, Japón, China y Alemania.

Los tories ingleses, sin embargo, ignoran esta tendencia y mantienen una mentalidad de superioridad victoriana, de cuando el país lideraba el mundo. Los tiempos han cambiado, la moneda se debilita y el país tiene un déficit fiscal y de cuenta corriente que le hace depender del capital exterior para financiarse. Con las fronteras cerradas, problemas de suministro y una moneda cada vez más insignificante, el Reino Unido cada vez es menos atractivo para los inversores internacionales, por más que los tories sonrían en Manchester.

El próximo año la sonrisa quizás se les habrá quedado helada, y yo me alegraré mientras echo más leña al fuego.

Elena Moya es autora de 'Los olivos de Belchite', 'La maestra republicana' y 'La candidata' (Suma de Letras / Penguin Random House)
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