Aranceles para hacernos más pobres


Aranzel es sinónimo de inflación. Un arancel no es más que un impuesto a la importación de productos que debe pagarse a la Agencia Tributaria. Por supuesto, este arancel se le suma al precio del producto y por tanto, lo acabará pagando el consumidor y no la empresa, en la mayoría de casos.
El arancel se utiliza como una excusa para mejorar la competitividad local y el progreso económico de la propia región. Pensemos en un ejemplo. Producir vino en España cuesta 5€ la botella. Producirlo en EEUU cuesta 8€. Si imponemos un arancel del 200% en el producto europeo, la botella valdrá 15€. Sea como fuere, pierde el consumidor: en lugar de un precio de 5€, el más económico vale ahora 8€. Aquí se genera un dilema: ¿el apostar por producción local compensa al consumidor la pérdida de poder adquisitivo? Y también hay que tener en cuenta el efecto del tipo de cambio de la moneda: en tan sólo 9 días, el euro ha ganado 5 céntimos frente al dólar.
¿Y si, además, Europa responde con más aranceles como contrapartida? Los productos que importamos de EE.UU. también aumentan su precio, se reducirá su consumo y por tanto, las empresas americanas tendrán que despedir a trabajadores. Mientras las grandes ajustarán márgenes y saldrán adelante, tanto las pymes locales como las extranjeras que dependan del comercio internacional, serán las más afectadas al tener menos margen de actuación. Como puede verse, el efecto de los aranceles en la economía en general es incierto y su decisión de implementación no responde más que a temas políticos sin una racionalidad económica real.
En resumen, esta guerra comercial sólo implicará mayor inflación y pérdida de poder adquisitivo del consumidor, tanto para EEUU como para nosotros. Si durante tantos años ha funcionado tan bien el libre comercio, no era necesario tocarlo.