

Durante la primera Edad Media, la ordalía fue una institución jurídica por la que los pleitos se dirimían mediante el juicio divino. A tal efecto, se invocaba a Dios para que se pronunciara sobre tal o cual cuestión, y esto se hacía con rituales a los que debía someterse el acusado de haber pecado o quebrantado las leyes humanas o divinas. Estos rituales solían consistir en unas pruebas que permitían al tribunal dilucidar cuál era el parecer de Dios sobre el pleito en cuestión. Una de las pruebas más habituales consistía en obligar al acusado a introducir las manos en una hoguera, oa sujetar con las manos un hierro al rojo vivo. Si no se quemaba, o las quemaduras no le producían heridas muy graves o la muerte, el tribunal consideraba que la divinidad se había puesto de parte de esa persona, que quedaba libre de culpa también frente a los hombres. De ahí vienen, al parecer, expresiones habituales del lenguaje coloquial como poner la mano al fuego por alguien, o agarrarse a un hierro oa un clavo al rojo vivo. Otra ordalía clásica consistía en sumergir al acusado mucho rato en el agua: si no se ahogaba, o no salía baldado, quería decir que Dios había dictaminado su inocencia. Puesto que los propios juristas de la época debían admitir que las ordalias se fundamentaban en planteamientos mágicos, a partir del siglo XII, con la recepción del Derecho Romano, evolucionaron hacia medios probatorios más racionales: se instituyó así la tortura, en la que sobresalió el tribunal de la Santa Inquisición.
Así pues, podemos decir que los usuarios de Cercanías sufren verdaderas ordalias. Coger los trenes de Renfe con la pretensión de llegar a la hora que toca en el trabajo (o donde sea) hace tiempo que se ha convertido en un acto de fe que roza el pensamiento mágico, y confiar en que el tren de la línea tal llegará a la hora a su destino, o incluso que llegará a la hora que sea, . un hierro al rojo vivo porque simplemente no hay otra alternativa.
Por otra parte, muchos usuarios querrían someter a los responsables de esta situación a un juicio de ordalía, a ver si Dios los descargaba de culpa o les hacía quemar dentro de las llamas de la culpabilidad. Aparte del pésimo servicio prestado por Renfe –otra estructura de estado que parece que pasó directamente de la dictadura a la democracia sólo con lavados de cara superficiales–, la impenitente desinversión de los gobiernos españoles a lo largo de décadas (negada una y otra vez tanto por el Partido Popular como por el PSOE, con la misma contumacia que entre los partidos catalanes) ser una muestra lo suficientemente elocuente), hacen que lo que debería resolverse con dinero, buenos técnicos y buenos equipos de dirección se convierta en una especie de maldición. Se ha añadido este lunes una desconvocatoria de huelga que ha desembocado en un nuevo desaguisado: el derecho a huelga es inalienable e innegociable, pero el derecho a huelga encubierta no existe.