Fachada del Ateneo Barcelonés.
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En el Palau Savassona, de la barcelonesa calle de la Canuda, desde 1906 se encuentra la sede del Ateneu Barcelonès. Antes, desde 1860, esta institución se había hospedado en el edificio anexo del Teatro Principal de la Rambla. Así pues, el Ateneo ha cumplido 165 años y ha acompañado durante este largo período la vida cultural y política de nuestro país. Pocas instituciones culturales tienen su representatividad y, al mismo tiempo, han podido soportar el paso del tiempo sin perder su esencia principal.

Esta herencia, actualizada durante tanto tiempo, nos obliga a todos y debemos mantenerla para que el conjunto de la ciudadanía y las instituciones oficiales identifiquen y valoren la aportación que el Ateneo sigue haciendo en el mundo cultural y de las ideas de nuestro país. A menudo decimos que la "joya de la corona" es su biblioteca, tanto por sus casi 300.000 volúmenes como por la riqueza y la representatividad de lo que las élites del siglo XIX sabían del mundo europeo y de sus avances en todos los campos. Nuestra obligación, convenientemente asesorados, sigue consistiendo en mantener viva esta institución para poder ofrecerla a los lectores interesados ​​ya los investigadores propios y foráneos.

A su lado, el Ateneo tuvo un papel primordial en el paso del catalanismo cultural del ochocientos hacia el catalanismo político que pronto tendría un protagonismo electoral e institucional de primer orden. El catalanismo ha sido y sigue siendo uno de los rasgos identitarios del Ateneo y, por este motivo, fue reprimido e intervenido durante las dos dictaduras del siglo XX. Más tarde, la gente que a principios de la década de 1970 impulsó la transición democratizadora en la Casa devolvió la catalanidad y la reflexión sobre el catalanismo a un primer plano de la actividad y la significación institucional. Mantener vivo ese testimonio puesto al día convenientemente es otra de las exigencias históricas que singularizan nuestra representatividad.

Especialmente desde los años de la Gran Guerra, nuestro Ateneo se convirtió en el templo de las letras y de las ideas, de Barcelona y del conjunto de Cataluña. Cabe decir que esta actividad en buena parte seguía la huella de los grandes ciclos y conferencias que habían prestigiado el Ateneo durante el siglo anterior y la habían convertido en una de las puertas de entrada a Cataluña, ya menudo a la Península, de las grandes corrientes culturales mundiales. En 1936, sectores ultrarevolucionarios identificaron la acción cultural y la biblioteca como un reducto de la cultura burguesa y se disponían a quemar el Ateneo. Desde el Govern, sin embargo, la intervención de Josep Tarradellas salvó a la Casa. En 1939, ahora jóvenes falangistas quisieron hacer lo mismo en la institución catalanista y ateneístas afines al nuevo régimen pudieron detenerlos, pero no evitar la censura contra la vida cultural y el catálogo de la biblioteca. Durante los largos años del franquismo el Ateneo vivió al margen de la vida cultural del antifranquismo. La acción combinada de las juntas, de las secciones, las peñas y las tertulias obedece, pues, a un mandato histórico y de futuro.

No cabe duda de que todo esto ha conferido a nuestro Ateneo una gran fuerza y ​​especial capacidad de atracción. Destacamos a menudo el paso por la Casa de las figuras más destacadas de la cultura, profesiones liberales o política catalanas. Pero no podemos olvidar al conjunto de ciudadanos que han querido convivir con ellos y que, al hacerse socios y socias, han fortalecido esta institución. Es indudable que Cataluña sobresale por la fuerza de la muchedumbre de ateneos, centros, bandadas e instituciones de todo tipo donde la ciudadanía ha encontrado acogida y una forma de luchar contra las agresiones externas y en defensa de la identidad propia, tanto la de sector de clase como la nacional. La acción conjunta de esa gente ha constituido un vehículo democratizador y de fortalecimiento de la sociedad catalana. La contribución a este esfuerzo colectivo representa otro de los rasgos identitarios del Ateneo, al que no puede renunciar.

Cualquier junta que quiera dirigir el Ateneu Barcelonès puede y debe aportar su matiz. Pero podrá poner en peligro la misma pervivencia de la entidad si deja de ser fiel a los grandes rasgos identitarios de esa institución. Al mismo tiempo, el testimonio histórico que heredamos debemos saberlo conservar y legar a los que nos seguirán. Y como mandato actualísimo, hay que ser enormemente cuidadosos con los comportamientos democráticos internos, con la acción ética escrupulosa y con el compromiso de sostenibilidad que debe permitirnos asegurar nuestra pervivencia colectiva.

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