Enric y Meghan Markle en una foto de archivo.
Periodista i crítica de televisió
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Uno de los mayores despropósitos de Netflix es la nueva serie, falsamente documental, protagonizada por Meghan Markle. Forma parte de los acuerdos que los duques de Sussex firmaron con la plataforma cuando parecía que la pareja estaba en la cima de su popularidad, haciendo frente a la familia real británica. Ahora es obvio que el príncipe Harry y su esposa no sólo no tienen ningún tipo de criterio audiovisual sino que todo lo que pueden aportar es impostado, ramplón y de un clasismo ofensivo. Cada uno de los ocho capítulos de With love, Meghan podrían ser perfectamente los vídeos de Tik Tok de cualquier tradwife estadounidense. Meghan se dedica a hacer de anfitriona en una farsa esperpéntica. En una casa que no es la suya, en un jardín que no le pertenece y en una cocina que parece un decorado para una revista de muebles, finge recibir con suma elegancia y entusiasmo artificial algunas de sus amistades. Unas amistades adiestradas para hacerle la pelota y comportarse como la señora Sussex espera. Incluso tiene la barra de corregir a una amiga que se atreve a citarla por el nombre: "Nadie habría imaginado que Meghan Markle un día comió en este fast-food..." y la protagonista, con la repelencia de quien reclama un estatus, le hace una precisión: "Me hace gracia que me llames Meghan Markle. Ya sabes que ahora soy Sussex..." y hace una especie de alegado sobre la importancia de compartir el apellido con sus hijos y reivindicar el valor de la familia.

La serie de Meghan Markle es un altar a su egocentrismo. Se dedica a preparar recetas de cocina –de resultado dudoso– y hacer todo tipo de manuales: con la cera de las abejas que ella misma recolecta, unas tostaditas con pétalos de flores, unos crostinis de mariposa con caprese, mascarillas exfoliantes y bolsitas con herramientas de jardín en miniatura para plantar un guisante en una maceta. El más flagrante es el atrezzo. Todos los productos están puestos en botes de cristal y tapados con corcho o ropa de lino, como si ella misma lo recogiera del huerto majestuoso. Hay una apariencia de natural, orgánico, sostenible y ecológico como si vijáramos dos siglos atrás, pero en un contexto de instagramización de la realidad, donde los colores del perro están en consonancia con el delantal. Todas las tonalidades oscilan entre el blanco y el beige. Las amistades reaccionan con fascinación: "¡Oh! ¡Es adorable y delicioso!" , "Oh! ¡A los niños les encantará!". With love, Meghan es una tomadura de pelo infame y obscena, que normaliza las costumbres de la aristocracia más ociosa fingiendo una sencillez en sus costumbres, pretendiendo que nos traguemos su espíritu mundano vinculándose con la naturaleza. Durante el Renacimiento, la aristocracia se hacía pintar en medio de paisajes bucólicos. Eran obras que recordaban que eran terratenientes y mostraban sus propiedades. With love, Meghan es el mismo trasladado al mundo de las plataformas. Un ejercicio de alarde que, a falta de corona, pretende reivindicar el estatus y el linaje desde el cinismo y la estulticia más descomunal.

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