La imagen de la manifestación del sábado al atardecer en Belgrado, con decenas de miles de linternas de móviles encendidas, era la viva (y conocida) imagen de quienes no pueden más. Todo empezó en noviembre con la muerte de 15 personas cuando se les cayó encima el techo de una estación recién rehabilitada. Las protestas casi diarias contra la corrupción y el mal gobierno no han parado desde entonces y estallaron el sábado, pacíficamente.
La puesta en escena me recordó la manifestación de Barcelona de noviembre del 2017 contra las prisiones y los exilios del Proceso, o las que cada mes llenan las calles de Valencia contra Mazón, un presidente que si tuviera dignidad política ya habría dimitido bajo el peso de su conciencia. O que si el presidente de su partido tuviera algo de autoridad ya habría hecho plegar.
También hacen pensar en las manifestaciones que empezarán el próximo sábado de los martirizados usuarios de Cercanías en Catalunya, a los que sólo les faltaba la amenaza de la insolidaria convocatoria de huelga de maquinistas de Renfe, en el papel de intocables. Como si cientos de miles trabajadores no hubieran sido transferidos a la Generalitat a lo largo de estas décadas. Se va camino de convertir el traspaso de Cercanías en otro episodio de la no menos conocida comedia burlesca del estado español en Cataluña. Decía el poeta Estellés que llegará un día que los que no pueden más podrán todo, pero ese día no acaba de llegar, porque ya nos hemos pasado horas y horas en las calles, incluso hemos impugnado la mayor, y ahora, con una mezcla de paciencia y conformismo, ya sólo esperamos que nuestros electos hagan el trabajo que les corresponde, pensando en nosotros y no. Que no debería ser tan difícil.