El crimen y castigo de Aleksei Navalni
El opositor ruso está en una colonia penal donde se castiga incluso la ofensa más mínima
Moscú“No tenía ni idea que fuera posible organizar un campo de concentración real a 100 kilómetros de Moscú”, ha escrito el equipo del opositor ruso Aleksei Navalni en las redes sociales. El bloguer, que fue condenado a prisión el mes pasado, está en una colonia penal en la localidad de Pokrov, a dos horas en coche de la capital rusa. Solo tiene contacto con el exterior a través de sus abogados, que aseguran que los vigilantes no le dejan dormir ni una hora seguida. Según ha denunciado a través de sus representantes, las autoridades le han etiquetado como preso en riesgo de fuga y el protocolo de vigilancia incluye un guardia que lo despierta cada hora y le filma para demostrar que continúa en su celda.
Las colonias penales son un tipo de institución penitenciaria que Rusia ha heredado de los tiempos soviéticos y que tienen un funcionamiento diferente de las prisiones convencionales, más parecidas a sus equivalentes occidentales. Según Marina Litvinovitx, miembro de la Comisión de Monitorización Pública (un ente que se encarga de vigilar que se cumplan los derechos humanos en las prisiones rusas), el objetivo de estos centros "no es rehabilitar a los reclusos sino convertirlos en peores personas”.
Navalni fue trasladado al centro IK-2 de Pokrov, donde está actualmente, a finales de la semana pasada. Llegó ahí procedente de la prisión de Kolchugino, situada a poca distancia y donde había sido trasladado a principios de marzo desde el centro penitenciario de Moscú, donde estuvo mientras cumplía prisión provisional y durante las primeras semanas posteriores a la última condena.
Vigilancia intensa
Hay una clasificación no oficial de los centros penitenciarios rusos en función de quién controla su funcionamiento. La colonia IK-2, donde está Navalni, es de tipo "rojo", es decir, "la administración lo controla todo", detalla Litvinovitx. Una colonia negra, en cambio, está controlada por delincuentes. "Se podría decir que la administración obedece a los ladrones”, explica el activista.
Aún así, las autoridades cuentan con el apoyo de algunos prisioneros, que suelen utilizar la fuerza cuando se les pide que lo hagan. “Incluso la ofensa más pequeña, como por ejemplo un prisionero que no devuelve un saludo, puede suponer un castigo duro”, asegura el activista. Estas represalias pueden ser la reclusión en una sala de castigo o la prohibición de enviar cartas, pero, asegura, “no se practica la tortura en este centro”.
Tal y como explica también el mismo Navalni, además de sus colaboradores, en IK-2 también hay cámaras por todas partes que graban cualquier infracción, por pequeña que sea. “Creo que alguno de los jefes leyó 1984, de George Orwell, y dijo: «Sí, genial, hagámoslo así»”, ironizaba el blogger. En el mismo texto, el opositor explica los rumores de presos que han muerto después de recibir palizas con martillos de madera, a pesar de que puntualiza que hasta ahora no ha visto “ningún tipo de violencia ni indicios de violencia”. Ahora bien, añade que “la postura tensa de los presos, que se quedan firmes y tienen miedo de girar la cabeza” le ayuda a creerse las historias que circulan por los pasillos de la prisión.
El texto colgado en su perfil en las redes sociales también explica que le han rapado la cabeza y que está prohibido, bajo riesgo de sanción, usar palabras o expresiones malsonantes. El mensaje de Navalni se acompaña de una imagen antigua donde se le puede ver sin pelo, tal como está actualmente.
Envenenado y encarcelado
Aleksei Navalni fue detenido el 17 de enero minutos después de aterrizar en Moscú procedente de Berlín, donde estaba desde agosto recuperándose del envenenamiento de qué había sido víctima (presuntamente por orden del Kremlin) y que lo llegó a dejar en coma. Después de un mes y medio en prisión provisional, el 2 de marzo fue condenado a cumplir efectivamente una pena de tres años y medio de prisión que se le había impuesto en 2014 por un caso de fraude y malversación pero que entonces había quedado suspendida. El hecho que, durante su estancia en Alemania, hubiera incumplido los términos de la libertad condicional (que lo obligaban a comparecer periódicamente ante la justicia) fue la excusa para encarcelarlo. Como previamente ya había pasado unos meses en arresto domiciliario, la condena quedó reducida a dos años y medio.