La amistad de un soldado catalán y uno valenciano enfrentados por la trinchera ucraniana

Como en todas las guerras, en Ucrania abundan los combatientes extranjeros, que ahora juegan un papel clave por el elevado número de bajas en ambos bandos

BarcelonaNadie sabe con certeza cuál es el origen de Madre anoche en las trincheras, una canción inspirada en la Guerra Civil Española. La letra habla de una realidad histórica en las guerras: los soldados que las hacen, más que enemigos, a menudo son los mismos hombres vestidos con uniformes distintos.

"Madre anoche en las trincheras, entre el fuego y la metralla, vino al enemigo correr, la noche estaba cerrada / Apunté conmigo fusil al tiempo que disparaba, y una luz iluminó el rostro que yo mataba / Era mi amigo José, compañero de la escuela con quien tanto yo jugó a soldados ya trincheras".

La estrofa me la canta por teléfono Simón de Monfort, un voluntario español que ha estado luchando durante un año y medio con el ejército de Rusia en los frentes de Ucrania. Simón de Monfort no se llama Simón de Monfort. Éste es un nombre de guerra. Su nombre real es Juan Manuel Soria, tiene 55 años y es de Valencia. Antes de Ucrania, había luchado en Siria y en Irak. Antes de eso, había servido al ejército español. Antes, había liderado el partido neonazi Alianza Nacional de Valencia. Dice lucha con las tropas de Vladimir Putin por convicción.

—¿Por qué te alistaste en el ejército ruso?

–Puramento por motivos ideológicos. Ésta no es una guerra de fronteras, es una guerra ideológica, global: la hegemonía mundial quiere someter al único país contestatario, que es Rusia.

–Pero fue Putin quien ordenó invadir Ucrania.

–Porque la OTAN y Estados Unidos llevan años amenazando la soberanía y la integridad territorial rusa.

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–¿Qué piensas de los ucranianos?

–Son títeres de Estados Unidos. Yo no odio a los ucranianos. Yo, de hecho, tengo amigos que están luchando al otro lado de la frente.

–¿Cómo?

–Sí, españoles con los que luché en Siria y en Irak. Éramos muy amigos. Ahora están muertos.

Habla de Pau Heras Mena, un joven catalán de Mollet del Vallès que en 2023 cayó en combate abatido por proyectiles rusos. Tenía 26 años y fue jardinero. También habla de Jacobo, un madrileño que en mayo del 2024 murió en un hospital de Kiiv enfermo de un cáncer de páncreas tras pasar meses luchando con las tropas de Volodímir Zelenski. Jacobo le salvó la vida mientras luchaban juntos contra el Estado Islámico en el Kurdistán sirio.

Durante meses, y desde bandas distintas de la trinchera, los soldados Pau, Jacobo, Simón y Andrés –un español de Teruel que lucha con los rusos y que tiene 25 años– chateaban casi todos los días por Telegram. Más que de la guerra, hablaban de cosas banales. O de recuerdos compartidos. Simón explica que decían a menudo que, cuando terminara la guerra, los cuatro se reencontrarían y beberían cerveza juntos. Los chats por Telegram tuvieron que reducirse después de que el ejército ucraniano descubriera que Pablo Heras hablaba con miembros de las tropas enemigas y empezara a sospechar que era un espía del Kremlin. Las sospechas eran infundadas: Pablo Heras también se había unido al ejército ucraniano por convicción. –Eso no quiere decir nada. Eran mis amigos y yo respetaba su decisión de defender a los ucranianos. –Pero, ¿y si hubiera pasado?

–Supongo que ellos habrían hecho su trabajo y yo el mío de la mejor manera posible. letra de Madre anoche en las trincheras: "Una luz iluminaba el rostro que disparaba. Era mi amigo José… que en ese caso habría sido mi amigo Pau". Pero corrige: "A Pau nunca le habría disparado. Era tan joven que hubiera preferido que me hubiera matado a mí. Su muerte me jodió mucho".

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Simón de Monfort, Pau Heras o los soldados Jacobo y Andrés forman parte de los miles de voluntarios extranjeros que han luchado en la guerra de Ucrania. Ésta también es una realidad histórica: en cada conflicto, abundan los soldados internacionales que se alistan voluntariamente en guerras lejanas. latinoamericanos se explica, sobre todo, por motivos económicos: el sueldo de soldado en el ejército ucraniano o ruso –sobre unos 3.000 euros al mes si entras en combate– es muy superior a los salarios que predominan en estos países. Ucrania van para divertirse. Los europeos, para defender a Europa. Los latinoamericanos y los indios, por el dinero, porque están locos o perdidos en la vida". Cuatro clics para ser legionario

Solo tres días después del inicio de la invasión rusa, Zelenski llamó al mundo. "Cualquiera que quiera unirse a la defensa ucraniana, europea y mundial puede venir y luchar para Ucrania contra los criminales de guerra rusos". El llamamiento tuvo éxito y, desde entonces, se calcula que entre 20.000 y 50.000 ciudadanos extranjeros formaron parte de la legión internacional de Ucrania. Los cálculos, en una guerra, nunca son fiables, pero orientan.

Convertirse en soldado de Kiiv no es especialmente difícil y, como casi todo hoy, debe hacerse por Internet. El título "Únete a los legionarios. Defiende la libertad de Ucrania, de Europa y del mundo entero" encabeza la página web. Debajo, hay un botón que dice "Únete ahora". Un clic. Aparece una página con los requisitos para optar a la plaza: edad de entre 18 y 60 años, sin antecedentes criminales ni enfermedades crónicas, tener una buena forma física y disponer de los documentos necesarios para entrar legalmente en Ucrania. Existe una apreciación: tener experiencia militar y de combate es una ventaja y será valorado positivamente. Pero esto último no es obligatorio. Después hay que enviar un formulario en el que, aparte del pasaporte, te piden cosas como qué posición te gustaría ocupar en el campo de batalla, qué motivación te lleva a defender Ucrania o cuál ha sido tu último trabajo.

El soldado Rizzer (nombre de guerra), un joven catalanofilipino que vive en Barcelona, ​​pintó hace justo un año en esta página web. Al cabo de unos días, el ejército de Kiiv aceptó su petición y le invitó a unirse a filas. Lo que vino después es fácil de resumir: viajó a Ucrania, fue entrenado por las tropas de Zelenski, fue enviado a la frente, vio la muerte, quedó herido y decidió volver a casa meses después, en otoño del año pasado.

Es un jueves de abril y me cita en el patio del Ateneu Barcelonès. Me espera vestido con americana y corbata. Fuma un puro. Pide un café con leche.

–¿Por qué te alistaste en el ejército ucraniano?

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–Para vivir la experiencia. Yo el dinero no lo necesitaba. Siempre quiso ser soldado, pero me preguntaba si tendría cojones de luchar en una guerra. Quería saber lo que se sentía en un campo de batalla.

–¿Y qué se siente?

–Adrenalina. Instinto de supervivencia. Y sobre todo, la experiencia de compañerismo, de hermandad que existe entre los soldados. Es un sentimiento tribal que no puedes experimentar aquí, viviendo una vida normal.

–¿No tuviste miedo?

–No mucho. Me había preparado mucho espiritualmente. Incluso me pareció divertido correr por el campo de batalla, huyendo del bombardeo de la artillería y de los drones. Tenía el presentimiento de que allí no moriría.

El soldado Rizzer, efectivamente, no murió. Sí hubo mucha muerte a su alrededor. Repasa mentalmente quiénes eran sus compañeros de grupo: tres estadounidenses, un chileno, un argentino, un sueco, un finlandés, dos polacos, un inglés, un francés, un chipriota y una enfermera bielorrusa. El finlandés, el inglés, uno de los polacos y uno de los estadounidenses están muertos. El sueco y el francés siguen luchando. Mantienen a un grupo de WhatsApp para seguir en contacto.

El soldado Rizzer es crítico con la organización de la legión internacional ucraniana.

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–¿Por qué?

–Me prometieron que nos entrenarían durante cinco semanas y, al final, sólo fueron diez días.

–Y te llevaron a la frente.

–Sí, cuando vas de voluntario sabes que puedes morir, y de hecho, te avisan de esa posibilidad… pero me dio la sensación de que nuestras vidas importaban poco para los oficiales ucranianos.

–¿Y entonces te fuiste?

–Sí, yo entonces era libre de irse cuando quisiera. Aunque esto ahora ha cambiado y los voluntarios extranjeros deben aguantar los seis meses de contrato.

–¿Y ahora qué haces?

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–Trabajo como gestor en un hotel de aquí en Barcelona.

–¿Volverás a Ucrania?

–Como soldado, no. Quizás de visita. Justo conocí a una chica ucraniana por Tinder y nos estamos conociendo. Ella vive en Terrassa. Podemos ir juntos de viaje, pero no a la guerra.

El soldado Rizzer quiere hacerme una pregunta.

–¿Tú no te animarías a ir a luchar por Ucrania?

–No.

–Mejor. Realmente, sólo te lo aconsejo si estás loco.

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Falta mano de obra en la frente

En los últimos meses, Kiiv y Moscú han intensificado sus campañas para captar combatientes internacionales, porque las bajas en ambos ejércitos son inasumibles. En Ucrania, en la Europa de los smartphones y de los vuelos low cost en todas partes, se ha llegado a matar y morir a ritmo de la Segunda Guerra Mundial.

Lo admitía, hace unas semanas, Joan Estevez, un mercenario catalán que ha luchado durante meses con las tropas ucranianas. "Las mejores generaciones de los soldados ucranianos han muerto o sufren heridas incompatibles con la lucha. Kiiv tiene un problema serio de efectivos en el frente", decía en una entrevista en el ARA. En Rusia, donde la realidad es aún menos transparente, el panorama es similar. Hay constancia de que el Kremlin ha utilizado sistemáticamente a los soldados como carne de cañón condenados a misiones suicidas. También hay constancia de que el Kremlin ha engañado a ciudadanos de países como Cuba, Nepal, India, China o México, a los que prometían trabajos ordinarios en Moscú o en otras ciudades rusas pero que acababan firmando contratos que les obligaban a ir al frente.

En Internet no existe ninguna página web oficial que te permita alistar directamente como voluntario internacional a las tropas de Rusia. Toda la información necesaria circula por canales de Telegram afines al régimen. Se necesita un contacto para acceder a ellos, pero no es especialmente difícil encontrarlo. Una vez contactos, te explican cómo llegar a Moscú, desde donde serás enviado a zonas más cercanas al frente para recibir entrenamiento militar y, al cabo de unas semanas, entrarás en combate.

Simón Monfort explica que firmó tres contratos de seis meses con el ejército ruso. Los dos primeros con la unidad León, un grupo de asalto formado mayoritariamente por exconvictos que luchaban en las posiciones más delicadas en el frente. El tercero, junto a la Española, una división formada mayoritariamente por ultras reclutados en los campos de fútbol de Rusia. Durante todo este tiempo, Simón Monfort luchó a primerísima línea en los frentes de Vuhledar, Bakhmut y Chasiv Iar.

–Si yo estoy vivo es porque Dios existe.

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–¿Por qué?

–He estado un año y medio luchando en grupos de asalto. Atacábamos las posiciones ucranianas andando. El último asalto que hicimos con la española éramos 12. Dos murieron, siete resultaron heridos graves y sólo tres sobrevivimos con heridas leves.

–¿Te obligaban a ir a primera línea?

–No, siempre ha sido por voluntad propia. Lo que no tiene sentido es ir a una guerra por convicción y evitar el campo de batalla. Yo lucharía gratis por Rusia, porque creo en su causa.

–¿Estás dispuesto a morir por Rusia?

–Claro. Todos los voluntarios internacionales que acuden a una guerra están dispuestos a morir. Sean conscientes de ello o no.

Por motivos de seguridad, Simón Monfort dice que no me puede contestar si volverá a Rusia a luchar pronto. Ahora vive con el soldado Andrés en un pueblo de Valencia. Por motivos de seguridad, tampoco me detalla que pueblo es. Tienen pensado ir pronto a honrar los restos del soldado Pau Heras, en Mollet del Vallès. Por motivos de seguridad, tampoco me dice cuándo.

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Entre tanto secreto, parece que, mientras, llevan una vida bastante tranquila: en una de las llamadas, se excusa diciéndome que debe colgar porque él y el soldado Andrés están construyendo un gallinero.