El futuro de Ucrania está en las urnas de Estados Unidos

BarcelonaEl runrún del plenario 2024 de la Asamblea General de la ONU se mezclará el próximo martes con los flashes que todavía llegan de Kursk y con el chasquido de drones ucranianos en las cercanías de Moscú, todo ello mezclándose con la reticencia aliada de permitir a Ucrania lanzar misiles de largo alcance contra objetivos en territorio ruso. Todo esto mientras la voz de Putin resuena amenazando con un conflicto generalizado y admitiendo por primera vez que Rusia se encuentra en “estado de guerra” –ya no es una operación militar especial– y que el 1 de diciembre el ejército ruso tendrá otros 180.000 efectivos, hasta el millón y medio de efectivos. Una maniobra de reclutamiento de consecuencias todavía imprevisibles en la sociedad rusa.

A medida que se acercan las elecciones en Estados Unidos, el Kremlin atiza la tensión, y la guerra ha entrado en una escalada desde la que se podrían empezar a vislumbrar gestos y posicionamientos previos a un armisticio, cuyo formato dependerá de lo que digan el 5 de noviembre los votos de los estadounidenses.

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Según los resultados que obtengan Donald Trump y Kamala Harris se basculará hacia un armisticio más frágil, más de circunstancias, o hacia uno más sólido y de futuro. Con mayor o menor garantía de ser la base de una paz duradera. El tiempo y los ritmos que viviremos en los próximos meses determinarán el porvenir histórico. No es seguro que si Kamala Harris es proclamada presidenta electa pueda dedicarse de inmediato a la paz en Ucrania. Podría ocurrir que entre el 6 de noviembre del 2024, al día siguiente de las urnas, y el 20 de enero del 2025, toma de posesión presidencial, un Trump perdedor no admita los resultados y ceda a la tentación de montar un revuelo en la calle similar al asalto al Capitolio de enero de 2021.

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Una hipotética administración de Kamala Harris representaría un refuerzo a los aliados occidentales y al apoyo a Ucrania, e intensificaría la política de disuasión hacia Rusia. Esto significa tiempo, no representa un armisticio inmediato, pero Putin acabaría notando la presión y podría acabar aceptando el diálogo: retirarse quizás no de Crimea pero sí del Donbass, dar a Ucrania garantías de fronteras y aceptar la entrada de Ucrania en la OTAN.

En cambio, el también hipotético retorno de Donald Trump a la Casa Blanca representa vértigo, inmediatismo. Trump siempre ha dejado claro que no piensa en el futuro de Ucrania, y que ni le importa ni le interesa. Esto significa menospreciar a la OTAN, establecer un entendimiento con Putin y la escenificación de un armisticio y una negociación que culminarían con la amputación del territorio ucraniano –Crimea y el Donbass– y la imposición a Kiiv de un estatuto de neutralidad que enmascararía otra satelización de Ucrania.

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Yendo un poco más allá, lo que ocurra el 5 de noviembre en Estados Unidos puede condicionar y quizás también determinar no sólo el formato del fin de la guerra sino las consecuencias políticas y económicas del país que se salga y de lo que tenga que encogerse. Una Ucrania liberada de Putin sería un país devastado, con una contracción de más del 50% del PIB, que necesitaría ayuda económica equivalente al Plan Marshall desplegado en Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Pero tendría la oportunidad de construir las estructuras democráticas que siempre ha dejado a medias. Al igual que la retirada de Ucrania y las concesiones representarían para Rusia una humillación que acabaría haciendo tambalear el régimen y liderazgo de Putin. Todas estas posibilidades se están prefigurando estos días, y algunas deben acabar emergiendo nítidas y con fuerza al final de la escalada.