Europa

"Me juzgan para asustar a quien quiera ayudar a los refugiados": la nadadora de Netflix amenazada de prisión en Grecia

Sarah Mardini, una chica siria que salvó una patera en Lesbos, se arriesga a una condena de 20 años

BarcelonaLa historia de Sarah Mardini es de esas en las que la realidad supera la ficción. En 2015 huía de la guerra de Siria en una patera con su hermana Yusra y 18 personas más. El motor se estropeó y las dos chicas, nadadoras profesionales, no dudaron en lanzarse al agua, atarse al cuerpo la barcaza y arrastrarla entre olas aterradoras y en plena noche. Tres horas y media más tarde llegaron todos sanos y salvos a una playa de Lesbos. Yusra triunfaría en los Juegos Olímpicos de Río y Sarah decidiría volver a Lesbos a ayudar a los refugiados. Una historia real de supervivencia y heroísmo tan golosa que los productores de cine se disputaron los derechos para convertirla en película. A finales del noviembre pasado, Netflix estrenó Las nadadoras,de la directora Sally El Hosaini. Disculpad el spoiler.

Sarah Mardini estuvo en la prisión durante más de 100 días en 2018 en Grecia cuando ayudaba a los refugiados. La policía griega la acusó de tráfico de personas. El martes 10 de enero, cuatro años después y a pesar de ser una de las protagonistas de la película, se sentará en el banquillo de los acusados en un juicio en el que la pueden condenar a hasta 20 años de prisión. Si fuera una historia de ficción, nadie se la creería.

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En una entrevista por videoconferencia con el ARA desde Berlín, donde vive ahora, Mardini rehúye cualquier heroísmo. "La patera iba sobrecargada. El motor se paró y empezó a entrar agua. Teníamos que aligerar peso y me tiré al agua. Mi hermana y otros también lo hicieron y decidimos ponernos a nadar siguiendo las luces de la isla que teníamos delante. En ese momento no piensas en nada, haces lo que tienes que hacer y basta. Soy nadadora profesional y socorrista, y supongo que no estaba dispuesta a morir ese día", afirma.

Adolescencia rota

Cuando arrastró la patera a pulmón, Sarah tenía 20 años y Yusra, 17. Su plan era aprovechar que la pequeña todavía era menor para llegar a Alemania y pedir el reagrupamiento de sus padres y su hermana pequeña. Viajaron con su primo Nizar en un periplo de 29 días: después del Egeo todavía quedaban largas jornadas de caminatas, traficantes de personas, policías armados con porras y perros agresivos, odio racista y violencia machista. "Había gente que nos trataba como si fuéramos una peste, no como seres humanos", recuerda Sarah. Pero también había un lado bueno: la solidaridad entre los refugiados, que acabaron siendo como "una familia". "Dormíamos por turnos para protegernos los unos a los otros", explica.

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Ahora ha visto su historia repetida en los refugiados ucranianos que ha encontrado en Alemania y que sí que han sido recibidos con las puertas abiertas: "Todo el mundo que huye de una guerra necesita ayuda y en este caso ha habido una empatía selectiva, pero no me gusta comparar. Tengo amigos ucranianos y no hemos hablado de nuestras experiencias porque no hace falta; basta con mirarse a los ojos".

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Cuando llegaron a Berlín, las reconocieron por fin como refugiadas. Yusra no renunció a su sueño de nadar en los Juegos de Río del 2016. No paró hasta que la admitieron en un club de natación de la capital alemana y convenció a un entrenador, Sven, de que se merecía intentarlo. Después de todo lo que había pasado, la marca de 1.09.21 en cien metros mariposa que logró como representante del equipo de atletas refugiados bajo la bandera del COI valió más que una medalla.

Una de las cosas buenas de la película de Netflix es que Sarah, que ahora tiene 27 años, ha dejado de ser solo "la hermana de" Yusra. El film también reivindica que su parte en esta historia es igualmente importante. Después de Río, la vida de las dos hermanas se separa: la pequeña continuará su carrera deportiva, mientras que la mayor volverá a Lesbos en agosto del 2016 para ayudar a los que pasaban por el mismo trance al que ella había sobrevivido.

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Vuelta a Lesbos

"Había oído que los niños y niñas sirios que habían llegado a Lesbos conocían la historia de las hermanas Mardini y pensé que realmente los podría ayudar. Cuando llegué no se creían que era yo, y a mí tampoco me gustaba el protagonismo, solo quería usar mi plataforma para ayudar a los demás y levantar la voz", dice sin poder evitar que se le note el cansancio de quien ha tenido que explicar una y otra vez su historia.

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"Me sumé a un equipo de voluntarios como traductora y socorrista. Un día estábamos haciendo nuestro turno en la playa y los guardacostas nos detuvieron", recuerda. Era el 2018 y las autoridades griegas, como las italianas y las españolas, empezaron su cruzada particular contra las ONG de rescate. Ella y sus compañeros Seán Binder y Nassos Karakitsos fueron acusados de tráfico de personas, blanqueo de dinero y espionaje, en un proceso que Amnistía Internacional y Human Rights Watch consideran un intento de criminalizar el activismo humanitario en favor de los migrantes y refugiados en Grecia. Sarah estuvo 107 días en la prisión antes de ser puesta en libertad con cargos. El juicio se ha pospuesto varias veces y ahora se ha fijado para este martes.

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"¿Pruebas? ¡No tienen ninguna! Lo único que tienen es un grupo de WhatsApp que dicen que usábamos para contactar con los traficantes, cosa que es mentira. Es un grupo abierto, donde se incorporaban todos los voluntarios que trabajábamos en las playas del sur de la isla", argumenta la cooperante. Para ella, el objetivo final del caso es cortar la solidaridad. "Dicen que somos nosotros los que atraemos a los migrantes, pero esto es totalmente falso: cuando yo subí a la patera, no sabía que habría alguien para ayudarme. Lo que pretenden es asustar a los que quieren ayudar a los refugiados: hacer que la gente, los activistas y los voluntarios tengan miedo de ir y conseguir que se acaben los rescates en el mar".

Después de cuatro años con la espada de Damocles de una condena de 20 años de prisión, Sarah y toda su familia (finalmente se pudieron reunir en Berlín) esperan el juicio y que todo quede en nada para retomar sus vidas. Y cuando todo esto pase, ¿qué? "Sinceramente, no lo sé. Me cuesta mucho pensar en el futuro, porque cada año me digo que se acabará pero no se acaba. No puedo ni buscar un trabajo porque no sé ni cuántos días tendré que pasar en Grecia y también hay mucha presión mental. Lo que querría es volver al mundo del arte, pero necesito hacerlo sin miedo. Tampoco quiero trabajar más de socorrista. Necesito volver a empezar".