Un cónclave que puede dar sorpresas
Terminan por fin las especulaciones y las quinielas. Los 133 cardenales electores se encierran este miércoles por la tarde en la Capella Sixtina para hacer la primera votación. Se trata de un cónclave sometido a una doble presión: por un lado, no parece que haya un gran favorito, lo que hace esperar varias rondas hasta alcanzar los 89 apoyos necesarios; por el otro, hay cierta prisa, porque nadie quiere que un largo encierro agrave la sensación de división en la Iglesia católica.
Hay otras presiones, claro. Pero todavía no las conocemos. Y quizás no las conozcamos nunca. Un buen ejemplo lo ofreció el cónclave del 2005, tras la muerte de Juan Pablo II. El gran favorito era el cardenal Joseph Ratzinger, "mano derecha" del papa muerto. Sin embargo, Ratzinger representaba el continuismo y se enfrentaba a una fuerte oposición de los renovadores, encabezados por el cardenal jesuita Carlo Maria Martini. E irrumpieron las intrigas.
Como Martini padecía la enfermedad de Parkinson, se empezó a hablar de otro jesuita, el argentino Jorge Bergoglio. En los días previos al encierro el presidente argentino, Néstor Kirchner, viejo enemigo de Bergoglio desde que este fue nombrado arzobispo de Buenos Aires, quiso cerrarle el paso. Kirchner refrescó las acusaciones sobre una supuesta colaboración de Bergoglio con la dictadura militar.
La campaña se hizo a conciencia. Justo antes del inicio del cónclave, un abogado relacionado con el peronismo de izquierdas presentó en Buenos Aires una demanda judicial que exigía esclarecer la hipotética responsabilidad de Bergoglio en el secuestro de dos sacerdotes por parte de militares. Un antiguo secretario de Culto argentino, Esteban Caselli, con excelentes contactos en el Vaticano, hizo llegar a todos los cardenales varios artículos de prensa que ahondaban en las sospechas sobre Bergoglio.
Sin embargo, ya en el cónclave, Martini habló de su enfermedad y pidió a sus partidarios, una treintena después de la primera votación, que apoyaran a Bergoglio. El argentino se convirtió en la única alternativa a Ratzinger. Al día siguiente, durante el almuerzo, el propio Bergoglio hizo saber que no se sentía "preparado". Era consciente de la polémica sobre sus actuaciones bajo la dictadura. Ratzinger fue elegido esa misma tarde y eligió el nombre de Benedicto XVI.
Lo maravilloso es que en el 2013, tras la renuncia de Benedicto XVI, el cardenal Jorge Bergoglio no apareció en ningún pronóstico periodístico. Mientras otros hacían "campaña electoral", él estaba encerrado en un hotel romano. Desde el interior del Vaticano se insistía en la necesidad de que el nuevo papa fuese alguien familiarizado con las intrigas internas, es decir, alguien de la casa, preferiblemente un italiano. La Conferencia Episcopal Italiana daba por sentado que Angelo Scola, arzobispo de Milán, sería elegido. A la hora de la verdad, Scola obtuvo un par de votos. Tras la quinta ronda, Bergoglio logró la mayoría necesaria.
Algunos cardenales comentaron después en privado (a pesar de la prohibición de hablar de nada relacionado con el cónclave) que Bergoglio no solo venció por la popularidad demostrada ocho años antes, sino también por la necesidad, tras las filtraciones y traiciones que habían desestabilizado el papado de Ratzinger, de un papa de carácter fuerte, capaz de poner un poco de orden en el Vaticano. Un tercer factor era el relacionado con su procedencia americana: en las Américas se concentra casi la mitad del catolicismo mundial.
Dicen que quien entra en el cónclave como papa sale como cardenal. Esto es cierto algunas veces. Otras, no. Hoy, los cardenales de los que más se habla son el italiano Pietro Parolin, jefe de la diplomacia vaticana y decano del Colegio Cardenalicio, colaborador directo de Francisco y opción obvia, y el filipino Luis Antonio Tagle, cuyo estilo pastoral es muy similar al del papa fallecido. En los últimos días han empeorado las acusaciones públicas contra Parolin como supuesto encubridor de abusos sexuales cometidos por sacerdotes, lo que apunta a que realmente tiene posibilidades.
¿Parolin? Tagle? ¿Otro que, como Bergoglio en su momento, sabe esconderse? ¿Puede la oposición ultraconservadora al papado de Bergoglio dar la sorpresa? Nadie lo sabe. Sí es posible pronosticar que los participantes en el cónclave se esforzarán en elegir a un nuevo papa antes del domingo, jornada de descanso. Entre hoy y el sábado caben siete votaciones y deberían ser suficientes. Prolongar el cónclave hasta la próxima semana sería ofrecer una imagen de división que, en momentos de auténtica división como los actuales, todos prefieren evitar.