Polonia, democracia a medio terminar
Elllegada por la mínima del ultraconservador Karol Nawrocki en la presidencia polaca plantea una cohabitación con el primer ministro Donald Tusk capaz de interrumpir el alivio y el optimismo de la UE, sobre todo tras el respiro que representó triunfo del europeísta Nicusor Dan en las presidenciales de Rumanía. La cohabitación que se perfila –casi coexistencia– expresa que Polonia ha quedado lejos de ser el puntal más firme de la UE en el este, como deseaba Bruselas. En Polonia los votos han mantenido el formato de polarización social y geopolítica, con amplios sectores de las clases medias apostando por el ultranacionalismo: ahora por el de Nawrocki, admirador de Trump y del MAGA, como antes habían apostado por el PiS de los Kaczynski. No importa.
Elherencia de obstáculos iliberales dejada por el presidente Andrzej Duda lo entoma bien a gusto Nawrocki con la voluntad de intensificarlos, utilizando todo lo posible el veto presidencial para influir en el nombramiento de la cúpula militar, para limitar la independencia del poder judicial, y sobre todo para poner obstáculos al reconocimiento de los derechos LGBTI ya la ley de despenalización del aborto. Las mujeres polacas han avanzado en derechos, pero los ultras siguen teniéndolas en el punto de mira. De la memoria del feminismo polaco no se han borrado los días del gobierno de los Kaczysnki advirtiendo de que las mujeres periodistas que trabajaban en la radio pública –lo he explicado alguna vez– no podían presentar los informativos en horas de máxima audiencia, porque –según los “comisarios” del gobierno– el tono de voz femenino restaba credibilidad a las noticias.
Donald Tusk no ha podido recuperar del todo el tiempo perdido durante la etapa ultranacionalista, para así culminar las reformas que había puesto en marcha tras su victoria electoral en otoño del 2023. La cuestión de confianza anunciada por Tusk a raíz del triunfo de Nawrocki expresa cierta impotencia a la hora de consolidar los contrafuertes democráticos de Polonia. Continuarán, pues, los tiempos de bascular y oscilar entre el fervor europeísta y los fantasmas del pasado que Polonia sigue arrastrando. Nada que ver con la cohabitación de 1989, cuando el presidente comunista –y alto mando militar– Wojciech Jaruzelski aceptó como primer ministro a Tadeusz Mazowiecki, uno de los líderes de la coalición opositora Solidarnosc.
Siempre atento a Trump
Karol Nawrocki ejercerá sus poderes siempre atento a lo que diga Trump, al tiempo que mantendrá las distancias con Putin. No tendrá el tono de complicidad del autócrata húngaro Viktor Orbán o del primer ministro eslovaco Robert Fico. Porque una cosa es no querer muchos tratos con Ucrania, negarle el derecho a facilitarle armas, cerrarle la puerta de la OTAN, quejarse continuamente de la llegada de refugiados, y otra muy distinta es desconocer quién de verdad puede amenazar las fronteras de Polonia. Y quien fue el ocupante de 1945 a 1989.
El movimiento MAGA seduce a muchos polacos, pero Moscú sigue dando miedo. La sombra de los cuatro repartos de Polonia entre Rusia, Alemania y Austria –1772, 1793, 1795 y 1939– pesa terriblemente en la memoria, dificultando la estabilidad política. El devenir histórico ha concedido a los polacos muy pocas oportunidades para ejercer la soberanía, la libertad y los derechos de las personas. Y por eso Polonia, en estos momentos y en plena UE, sigue siendo una democracia a medio terminar.