Polonia recupera futuro

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Manifestación en Varsovia convocada por el partido Plataforma Cívica de Donald Tusk, dos semanas antes de las elecciones en Polonia.

Casi el 73% del censo. Nunca, desde la caída del comunismo, tantos polacos habían ido a votar como el 15 de octubre. Los estudios sociológicos dicen que los jóvenes fueron los que más se movilizaron, sobre todo mujeres jóvenes que se sienten aliviadas al ver que la ultraderecha de Jarosław Kaczyński no puede mantener el poder y gobernará el centrista Donald Tusk. Muchas polacas no olvidan cuando Kaczyński ordenó a las emisoras de radio públicas que los informativos no fueran conducidos por mujeres en horas de máxima audiencia, con el argumento de que el tono de voz femenino resta credibilidad. Costó hacer frente a los asaltos misóginos, pero no demasiado impedir que las frecuencias ultras penetraran en el poder judicial convirtiéndolo en una comparsa del ejecutivo, a pesar de las alertas de la Unión Europea, que pronto, con Tusk gobernando, respirará tan aliviada como muchas mujeres en Polonia.

Pero cuidado, porque la llegada de Tusk no garantiza por ahora derechos y libertades que estaban en el punto de mira de los ultras. Difícilmente se despenalizará el aborto, y la eutanasia ni mencionarla. Los LGTBI continuarán bajo sospecha, y ni hablar de autorizar las uniones de pareja de personas del mismo sexo. Y es que a una gran mayoría de la sociedad le da igual que sea Kaczyński o Tusk quien defienda lo que consideran principios morales fundamentales de Polonia. Polonia bascula entre dos derechas y la Plataforma Cívica de Donald Tusk es, digamos, el mal menor. La que más méritos europeístas tiene en el currículum.

El origen de la Plataforma Cívica

¿Y de dónde surge la Plataforma Cívica? En 1987, estando ilegalizado el bloque opositor Solidaridad (Solidarność), se consolida en la clandestinidad una corriente liberal –casi socialdemócrata– que sin ser hegemónica acaba imponiéndose y obligando al líder sindical ultracatólico Lech Wałęsa a refugiarse en las sacristías. Y es desde la influencia de lo que se conocía como liberales o socialdemócratas de Solidaridad que el régimen comunista del general Jaruzelsky debe hacer caso a Gorbachov y pactar unas elecciones “semilibres”: el 65% de los escaños de la cámara baja son adjudicados de entrada a la coalición controlada por los comunistas, y el 35% restante son de libre elección, como el Senado.

Así, el 4 de junio de 1989, a falta de cinco meses para la caída del Muro de Berlín, los candidatos de Solidaridad copan los escaños de libre elección y prácticamente todo el Senado. Y a los dos meses el liberal católico Tadeusz Mazowiecki llega a primer ministro: el primer jefe de gobierno no comunista del Este. Fue posible porque los diputados del Partido Campesino y del Partido Demócrata –satélites de los comunistas– votaron a Mazowiecki en una sorprendente operación de transfuguismo que dejó al partido único, el POUP, en caída libre.

Curiosamente, al cabo de treinta y cuatro años de esas elecciones convocadas, mira por dónde, de la ley a la ley –según el modelo de la Transición española–, las mutaciones del comunista POUP le están sirviendo a Donald Tusk para acceder a la investidura de primer ministro. Tras recuperar y renunciar al nombre histórico de Socialdemocracia de la República de Polonia, los postcomunistas se llamaron Alianza de la Izquierda Democrática, y desde hace dos años se llaman Nueva Izquierda, en polaco Lewica. Su 8% de los votos, sumados al 14% de los herederos del Partido Campesino –viejo satélite tránsfuga–, hará posible la mayoría absoluta de Tusk. Y así, rescatando restos del pasado, parece que Polonia puede recuperar pedazos de futuro.

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