¿A qué se debe la contención de Irán ante los ataques de Israel?
Tel-Aviv ha cruzado muchas líneas rojas en los últimos meses, pero esto no se ha traducido en una respuesta contundente de Teherán
Desde los días posteriores al ataque del 7 de octubre, la especulación sobre una guerra regional que implicara a Irán y Estados Unidos ha sido objeto de incontables artículos. Desde entonces, Israel ha cruzado todas las líneas rojas de Teherán –el bombardeo sobre el consulado iraní en Damasco o el asesinato del líder de Hamás, Ismail Haniyeh, en la capital iraní–, pero no ha llegado la temida escalada que debía desencadenar una guerra total en la región. Hasta ahora la acción más contundente del régimen de los ayatolás fue el lanzamiento telegrafiado de unos 300 misiles y drones contra Israel, la mayoría neutralizados por el escudo antimisiles del estado hebreo. ¿Será el asesinato del líder de Hezbollah, Hasan Nasrallah, el detonante de la anunciada guerra?
Probablemente no. Este bombardeo tampoco provocará una entrada directa de Irán en el conflicto. Y esto es así por dos motivos. En primer lugar, porque Teherán no puede competir con Israel en una guerra simétrica entre sus respectivos ejércitos. Además, ambos países no tienen una frontera terrestre común; están separados por más de 1.500 kilómetros. Por tanto, una guerra entre ellos tendría lugar en el cielo, y la fuerza aérea israelí, equipada con cazas bombarderos estadounidenses F-14 y F-35 de última generación, es mucho más poderosa que su homóloga iraní, que cuenta con antiguos MIG rusos o los F-14 estadounidenses fabricados y recibidos antes del advenimiento de la República Islámica en 1980. Asimismo, los diversos sistemas que forman el escudo antimisiles israelí es tecnológicamente muy superior a las baterías antiaéreas de las que dispone Irán.
Ahora bien, esto no quiere decir que Irán sea completamente impotente en su conflicto con Israel. Si en lugar de lanzar un ataque telegrafiado, como el pasado abril, lo hiciera por sorpresa y con un mayor número de drones y misiles, tal vez Teherán podría perforar, aunque fuera parcialmente, el escudo antimisiles israelí y provocar víctimas mortales. A su alcance también tendría una medida que supondría un choque para la economía del mundo entero: sellar el estrecho de Ormuz, por el que circula el 25% del consumo mundial de petróleo, lo que provocaría a corto plazo que su precio se disparara, ya medio plazo, un problema serio de abastecimiento a escala mundial.
En ambos casos, esto arrastraría a Estados Unidos a la guerra, un escenario que el régimen iraní quiere evitar a toda costa, puesto que pondría en peligro la existencia misma del régimen. Y ésta es la razón más poderosa por la que Irán está mostrando una actitud de contención durante los últimos meses. Las recurrentes revueltas internas –la última hace dos años a raíz de la muerte de la joven Mahsa Amini– muestran que el apoyo popular al régimen se ha erosionado en las últimas dos décadas. Y el Guía Supremo, Ali Jamenei, lo sabe. En caso de una guerra contra Washington, el estado se vería debilitado, y sus ejércitos quizás no tendrían suficiente fuerza para sofocar las próximas protestas. También podría provocar la destrucción de sus valiosas instalaciones nucleares.
Cálculos muy exactos
A pesar de la imagen que a menudo se da de la cúpula iraní en muchos medios occidentales, como fanática e irracional, la realidad es más bien la contraria. Jamenei y el aparato de la República Islámica es depositario de una experiencia de 3.000 años en la gestión de un gran estado, desde aquel Imperio Persa presente en las crónicas de la Antigua Grecia.
La política exterior iraní ha sido siempre sofisticada y cautelosa. Entre sus objetivos figura alcanzar la hegemonía en Oriente Medio, por lo que ha invertido muchos recursos durante años en reforzar una constelación de milicias afines a la región, como Hezbollah, los houthis en Yemen o las Fuerzas de Movilización Popular de Irak. Ahora bien, por encima de este deseo geopolítico existe un interés supremo: la supervivencia de la República Islámica. Haciendo un símil con el juego del ajedrez, todas estas milicias representan peones, caballos o alfiles en el tablero geoestratégico, pero un buen jugador nunca haría ningún movimiento para preservar cualquiera de estas piezas si pusiera en peligro al rey.
Si Irán reacciona, es mucho más probable que lo haga a través de la intensificación de los ataques contra Israel de estas otras milicias, o incluso de atentados contra intereses israelíes en terceros países, más que con una guerra regional.