¿Qué hará Putin con Al Assad?
La relación entre Siria y Rusia comenzó en 1971 en el contexto de la Guerra Fría y en 2015 fue clave para retrasar la caída del ya exlíder árabe
Cuando en la madrugada del domingo un avión despegó de Damasco sin destino conocido, los rumores que transportaba Bashar el Asad empezaron a circular en las redes sociales. Horas después, se confirmaba la fuga del presidente sirio. Durante algunas horas, no se supo dónde se había exiliado, pero había pocas dudas: en Rusia. El más antiguo y más fiel aliado del clan de los Asad, en una relación estratégica entre Damasco y Moscú que arrancó hace más de cinco décadas y nunca se tambaleó. Putin, Al Assad encontrará probablemente un anfitrión generoso, e incluso quizás un amigo.
Ambos líderes se han entrevistado en numerosas ocasiones –solo después del 2015, ya se cuentan una docena–. Ahora bien, poco se sabe sobre su relación personal. En dos sistemas políticos tan opacos y represivos, y en los que la prensa libre brilla por su ausencia, existe poco margen para las filtraciones sobre cuestiones como ésta. En cualquier caso, sus encuentros solían incluir un vídeo bien coreografiado en el que Al Asad agradecía a Putin su apoyo durante la guerra civil. En las imágenes se les veía cómodas durante la conversación y es posible que realmente se haya establecido una relación de confianza entre ellos.
Una alianza de la Guerra Fría
En cualquier caso, la suya ha sido una "relación de Estado" heredada más que una relación personal. La Unión Soviética y Siria establecieron relaciones diplomáticas en 1946, en cuanto el país árabe logró su independencia. Ahora bien, no fue hasta después de la guerra con Israel de 1967 que la relación con la URSS se convirtió en estratégica, al tiempo que Tel-Aviv sellaba una alianza de hierro con la otra superpotencia, EEUU. En 1971, el padre de Bashar, el astuto Hafiz el Asad, concedió a Moscú la construcción de la base naval de Tartús, con un valor geoestratégico primordial porque es la única rusa en el mar Mediterráneo.
La existencia de la base se consolidó una década después gracias al Tratado de Amistad y Cooperación ruso-sirio, que había establecido el marco de las relaciones bilaterales hasta la actualidad. Ahora bien, no fue hasta 2015 que la capacidad de influencia de Moscú en la política siria alcanzó su punto álgido. Entonces, las milicias rebeldes tenían unas serias opciones de derrocar al régimen y sólo la decidida intervención de la aviación rusa y los combatientes de Hezbollah rescataron al régimen de Al Asad de un descalabro. Ese año Rusia edificó una importante base aérea en Khmeimim, cerca de Tartús, que le ha permitido proyectar poder y tropas en África. Esta larga historia de relaciones hace pensar que Rusia puede ser un exilio seguro y cómodo para el ex dictador sirio.
El incierto futuro de las bases militares rusas
Ahora bien, en función de cómo evolucionen las relaciones que Moscú establezca con las nuevas autoridades, la cosa podría complicarse. Por el momento, los rebeldes han garantizado a Putin que no atacarán sus bases, lo que ha insuflado cierta esperanza en Moscú sobre la posibilidad de mantener sus bases. En caso de que las nuevas autoridades estén abiertas, ¿cuál será el precio que van a pedir? Un escenario posible es que el nuevo gobierno pida a Putin la extradición de Al Asad para ser juzgado en Siria por los incontables crímenes contra la humanidad cometidos por su régimen. Asimismo, también podría exigir a Moscú que fuerce Al Asad a devolver al pueblo sirio buena parte de su fortuna, sobre la que no existe una estimación concreta, pero que podría elevarse a miles de millones de euros. Sus activos en Siria serán fácilmente recuperables, pero no así los que se encuentren en el extranjero. Se sospecha la existencia de cuentas en Suiza, pero también en la propia Rusia o en Irán.
El mantenimiento de las bases rusas que sirvieron para bombardear durante años a la población civil sólo podrán quedarse activas con algún gran acto de restitución, y las presiones de las víctimas serán probablemente enormes. El Asad puede acabar convirtiéndose en una patata caliente por Putin, al igual que lo fue el xa persa de Irán por el presidente estadounidense Jimmy Carter tras la Revolución Islámica. Llegado el caso, Putin deberá elegir entre entregar a Asad, enviando una señal preocupante de poca lealtad a sus aliados en todo el mundo, o bien renunciar a sus valiosas bases militares en Siria. El sha de Persia, por cierto, acabó siendo expulsado en Egipto, donde todavía hoy reposan sus restos.