Israel golpea el feudo de Hezbollah en Beirut mientras la tregua se tambalea
Al menos cinco muertos y veinte heridos en un ataque dirigido a matar al jefe del estado mayor de la milicia chií proiraní
BeirutEste domingo, Haret Hreik, feudo de Hezbollah en las afueras del sur de Beirut, ha vuelto a temblar bajo el ruido de los aviones de guerra. La tarde, que parecía tranquila, se rompió en segundos con el estruendo de varias detonaciones. Familias enteras han salido de casa asustadas, algunos niños llorando en los brazos de sus madres, mientras corrían hacia la calle. Entre humo y polvo, se contaban los escombros de un edificio residencial impactado por al menos seis misiles. Según fuentes médicas locales, al menos cinco personas murieron y veinte resultaron heridas. Voluntarios y personal sanitario trabajaban a contrarreloj, improvisando literas, organizando espacios y atendiendo a heridos con cortes, fracturas y quemaduras. "No podemos más con todo esto", decía una vecina, con la voz temblorosa entre la rabia y el cansancio.
Todas las fuentes coinciden en que el objetivo declarado era Abu Alí Tabatabaei, jefe de estado mayor militar de Hezbolá, una figura clave de la milicia chií proiraní. Horas más tarde, Hezbollah ha confirmado la muerte de Tabatabaei.
Israel ha justificado el ataque asegurando que quería impedir que Hezbollah "reconstruya su fuerza militar" y ha reafirmado que no tolerará que la organización recupere la capacidad ofensiva desde dentro del Líbano. La acción es, además, una vez simbólico, puesto que se trata del primer ataque a los suburbios de Beirut en meses, justo cuando hace un año del alto el fuego mediado por Estados Unidos, que había puesto fin a trece meses de escalada abierta entre Israel y Hezbolá.
El bombardeo, pese a ser selectivo, proyecta un mensaje claro: para la milicia, representa una prueba de su capacidad de resistencia y, para Israel, una reafirmación de la estrategia de disuasión.
Clamo por una intervención internacional
La reacción libanesa no se hizo esperar. El presidente Joseph Aoun calificó el ataque de violación de la soberanía nacional y pidió una intervención internacional para frenar la escalada. En la calle, la indignación es palpable. La gente mira el cielo con desconfianza y se pregunta cuánto tiempo durará una tregua que hasta ahora sólo ha contenido, pero no ha resuelto, la tensión. Analistas advierten que golpear a un mando militar tan alto como Tabatabaei puede provocar represalias más agresivas de Hezbollah, especialmente en un contexto en el que cualquier error de cálculo puede derivar en enfrentamientos abiertos. La capacidad de la milicia para sobrevivir a estos ataques y al mismo tiempo mantener su peso político ilustra la paradoja del poder en el país.
Entre los escombros, los testigos de los vecinos de Haret Hreik reflejan el impacto humano de la acción militar. La sensación de inseguridad se mezcla con el temor a nuevas ofensivas. En medio del caos, se oyen declaraciones de rabia, cuestiones sobre quien decide sobre sus vidas y una sensación generalizada de vulnerabilidad. La población civil vuelve a pagar el precio de decisiones estratégicas que sobrepasan su cotidianidad, recordando que el alto el fuego no ha supuesto una seguridad real.
El ataque es también un recordatorio de que, más allá de cifras y estrategias, Beirut es todavía un escenario donde política y vida cotidiana se entrelazan de manera dolorosa. Israel reafirma su capacidad de proyectar bastante, Hezbollah afronta el reto de mantener su autoridad y organización y la ciudadanía comprueba, una vez más, que la tregua no es sinónimo de paz estable.
La periferia de Beirut vuelve al foco internacional tras el bombardeo en Haret Hreik, algo que marca un nuevo momento de tensión en la ciudad. El ataque no puede verse como un episodio militar aislado: tiene un fuerte significado político, ya que Israel demuestra que puede proyectar su fuerza en el corazón de Beirut, mientras Hezbolá se debate entre responder o mantener la prudencia para evitar otra guerra. Para los civiles, la tregua no ha garantizado seguridad, y para la comunidad internacional, el ataque refleja la fragilidad de la estabilidad regional. Entre escombros y miedo, Haret Hreik recuerda que la memoria de los conflictos pasados y la incertidumbre del futuro siguen marcando cada calle y cada vida.