La identidad rusa se reubica
BarcelonaVladimir Putin mantiene el ansia de conquistar o controlar territorios que pertenecían a la Unión Soviética, pero la realidad le dice que, a las tres décadas del derrumbe del imperio, la comunidad rusa del Báltico pierde derechos, al tiempo que la lengua rusa retrocede sobre todo en Asia central. El viento ha acabado soplando a favor de lenguas etiquetadas de regionales –consideradas de segunda– que ahora se enseñan en las escuelas, y que estudian con satisfacción a personas de entre cuarenta y cincuenta años: la generación que no tuvo acceso y que ahora disfruta de literatura, medios de comunicación y redes sociales en su lengua.
El caso de Kazajistán sobresale porque el interés por la lengua propia va acompañado de una alteración demográfica importante: la parte de la población étnicamente rusa ha pasado del 38% al 15%, y en el resto de repúblicas centroasiáticas no sobrepasa el 5%. Esto hace que en Kirguizstán, Tayikistán, Uzbekistán y Turkmenistán, el ruso se considere una lengua importante, sí, pero sólo de comunicación interétnica.
Los datos que señalan que muchos rusos étnicos están marchando paulatinamente hacia su país de origen –la guerra contra Ucrania habría sido un impulso determinante– no encajan precisamente con los deseos de Moscú. Uno de los grandes reproches que Putin hace al mundo occidental sigue siendo la intención de descuartizar la antigua URSS desde el momento mismo del derrumbe. Y esto representó que unos 25 millones de rusos quedaran alejados de Rusia, viviendo en países que les trataría como ciudadanos de segunda.
Es la situación en la que todavía se encuentran las comunidades rusas llegadas a Estonia ya Letonia a partir de 1945, al terminar la Segunda Guerra Mundial. Stalin les envió con el objetivo de rusificar y sovietizar las repúblicas bálticas que, al recuperar la independencia en 1991, les etiquetaría como "no ciudadanos". Un auténtico régimen de "apartheid". Los rusos tenían garantizadas la escuela, la sanidad y las pensiones, pero no el derecho al voto. Tampoco el acceso a la propiedad de la tierra ni a profesiones jurídicas ni a cargos de la administración. Para obtener la plena ciudadanía es necesario someterse a un proceso "nacionalizador" basado en pruebas y exámenes.
Ahora, la guerra ha intensificado los obstáculos. Por ley del Parlamento de Estonia –votada hace justo un mes– los ciudadanos no europeos –y así son considerados los rusos– no pueden votar en las elecciones locales como ocurre en la mayoría de estados de la UE. Y en Letonia, la amenaza de expulsiones se cierne sobre los rusos –el 24% de la población– que se nieguen a aprender el letón o que no acrediten unos conocimientos mínimos.
Queda claro que cuando Vladimir Putin reprocha a Occidente la situación de millones de rusos que viven lejos de Rusia, piensa que la solución es recuperar o satelizar los territorios donde vivían estas comunidades rusas: se trataría de reconquistar los territorios donde todavía se habla ruso. El Kremlin mantiene la idea, aunque los hechos le señalan otras realidades: la intimidatoria, que llega del Báltico, y la digamos disuasoria, que plantea Asia central. Y el mismo Putin lo comprobó durante la conferencia de prensa conjunta con el presidente de Kazajistán en otoño de 2023: Kassim-Jomart Tojayev se dirigió a sus vecinos y antiguos dueños en la lengua propia y oficial, el kazajo. Y Putin y sus acompañantes, inesperadamente, tuvieron que apresurarse a ponerse los auriculares y utilizar la traducción simultánea. El ruso había dejado de ser incuestionable.