Ni opositores, ni disidentes, ni líderes

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Trabajadores municipales pintan sobre la imagen de Aleksei Navalni donde se lee "el héroe de la nueva era" en San Petersburgo, Rusia, en el 2021.

En su ingenuidad, repleta de pacifismo y también de patriotismo, Boris Nadejdin quizás había llegado a pensar que lograría apuntalar su candidatura presidencial frente a la de Vladimir Putin y que el 17 de marzo no sería proclamado presidente, claro, pero sí el candidato más votado tras el dueño del Kremlin. De nada le sirvieron a Nadejdin las más de 100.000 firmas conseguidas en muy pocos días. Todo estaba dado y bendecido, y los burócratas de la Comisión Electoral Central encontraron suficientes anomalías –sobre todo unas “almas muertas” no borradas del censo– para rechazar las aspiraciones de Nadejdin. La negativa al candidato se hizo pública hace justo diez días, y algunos rusos tal vez llegaron a pensar que echar a Nadejdin de la carrera presidencial tenía algo que ver con su activismo contra la guerra de Ucrania. O quizás también con sus vínculos políticos: Boris Nadejdin fue hombre de confianza de Boris Nemtsov, ex vice primer ministro de Boris Yeltsin y cuadro significado de la Internacional Liberal asesinado a tiros en febrero del 2015 a pocos metros del Kremlin.

Pero lo que probablemente no estaba en el, digamos, guión mental de secuencias previsibles posteriores al rechazo de Nadejdin era la noticia de la muerte de Aleksei Navalni, el hombre que –este sí– en una hipotética confrontación electoral con Vladímir Putin pudo haber, quizás no abatirle pero sí llegar segundo a las urnas y consolidar su liderazgo. Como en 2013 se presentó a alcalde de Moscú y quedó segundo con el 28% de los votos. Putin ni de lejos podía ni puede permitirse algo parecido. Por eso tenía encerrado a Navalni, condenado a diecinueve años de cárcel, con un malvivir que finalmente se le ha llevado.

La desaparición física de Aleksei Navalni deja un numeroso sector de la sociedad rusa desamparada, sin líder moral y sin la expectativa de ver emerger otro a corto plazo. Los demócratas rusos han comenzado una larga caminata por el pedregal. Eso sí, alentados desde el exilio por incondicionales como el campeón de ajedrez Garri Kaspárov y el expropietario de la petrolera Yukos Mijaíl Jodorkovsky. Putin no paró de perseguir a Jodorkovski precisamente porque para el presidente representaba el combate entre un hombre de la intelligentsia –la clase media soviética culta y con aspiraciones burguesas– y un patriota como él, que se había jugado la vida en el KGB .

Sospechas de otro golpe de estado

También había visiones distintas de cómo configurar las estructuras sociales y económicas. Putin siempre ha venerado la idea autoritaria de repartir el poder entre kagebistas y oligarcas, mientras que Jodorkovski apostaba por un capitalismo, digamos, civilizado en una democracia orientada a Europa. Curiosamente, tanto Mijaíl Jodorkovski como Aleksei Navalni apostaron por la recién presentada candidatura de Boris Nadejdin. Al igual que Jodorkovsky había apostado por el golpe de estado fallido de Ievgueni Prigojin, el líder de Wagner, el pasado verano. En Rusia cualquier cosa, cualquier personalidad o personaje capaz de arrebatarle el poder a Putin merece el apoyo de los adversarios. El avión en el que viajaba Prigojin estalló y cayó en agosto del 2023, justo dos meses después de la insurrección. Las muertes, pues, la cárcel y el exilio se suceden en Rusia, acompañadas de sospechas –por ahora sólo sospechas– de que de nuevo podría estar incubándose. Todo ello enmarcado por una guerra que no termina y que destruye recursos naturales y vidas.

Sin embargo, no dudo que los resultados de las elecciones presidenciales que se harán públicos el 17 de marzo darán la victoria a Putin. No será necesario ningún pucherazo, en todo caso algunos toques para arreglar los decorados y la coreografía. Putin ganador y, detrás, el líder comunista Nikolai Jaritónov y quizá el ultraderechista Leonid Slutski en tercer lugar. Si fueran parlamentarias, la Duma se llenaría de putinistas, de comunistas-nacionalistas y de ultras. Y la ideología y los valores predominantes en el hemiciclo no serían muy distintos a los de los plenos del comité central del PCUS.

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