Años atrás, todas las televisiones dedicaban tiempo, personal y energía a realizar sus resúmenes del año. Eran la culminación del rigor informativo, el ingenio o el humor dependiendo de lo que quería presumir cada cadena. Se promocionaban como uno de los regalos televisivos para la audiencia. No es un formato sencillo: requiere capacidad de condensación y la perspectiva que da la veteranía profesional. Para los espectadores eran un ejercicio catártico para madurar la actualidad. Pero la tradición se ha perdido. Ahora, en todas partes, se hacen listas de "los mejores del año”, que es más rápido, fácil, barato y no compromete demasiado.
Andreu Buenafuente, en cambio, se ha erigido, por suerte, en el salvador del formato en TV3: "Es sólo la segunda edición, pero, cuando hago algo dos veces, para mí ya es tradición". Pues bienvenido sea. Y más si está en manos de una de las estrellas más emblemáticas. monólogo habló de las manifestaciones en Ferraz, la crispación política, las guerras, la cancelación de Sálvame, del precio del aceite... El desatino de Xavier Trias inspiró el título: Que nos bombeen a todos. La frase perfecta para los tiempos apocalípticos que nos han tocado vivir.
El guión era desigual. El texto pecó de algunos recursos pasados de moda: “Mi madre me llamó, porque ve a Ana Rosa, y me dijo que hay una dictadura”. La utilización de las madres como representantes de la ignorancia y la ingenuidad máxima está caducadísima y es necesario que los guionistas encuentren nuevas vías para incorporar la perplejidad sin recurrir a estos estereotipos. La parodia de La vida de Borja era o muy justa o demasiado larga. O todo a la vez. En el momento de hablar del Barça, Buenafuente cayó en la trampa de un guión digno de principiantes, con todos los tópicos más sudados de los últimos veinte años: Núñez, Van Gaal, Luz de Gas y Bartomeu. Pudo hacer los mismos chistes en el resumen del año del 2015 y puede volver a utilizarlos el año que viene y el 2030.
Pero en el guión también había frases incisivas que podían pasar desapercibidas: “El amnistía es como el Black Friday: te lo vienen como una oferta pero primero te han subido el precio”. Buenafuente es la prueba de que el humor de largo recorrido no necesita ser ni transgresor, ni gamberro, ni joven, tres de las grandes obsesiones fallidas de la televisión pública. El presentador es la prueba de que también se puede realizar un buen espectáculo desde un talante progresista, amable y políticamente correcto. Rehuye el arquetipo de la chulería y la impostura, dos recursos habituales de los hombres monologuistas. Le funciona mejor la naturalidad y la simpatía. El presentador desprende verdad. El retrato que hizo de Rubiales hacía más reír por su lenguaje corporal y las frases sin terminar que por el guión. Es el hombre normal que después de dar dos vueltas a la maqueta del Camp Nou blandiendo un fular, se ahoga cuando debe continuar. Buenafuente es el antihéroe en el que podemos mirarnos. Y, con los tiempos que corren, nada más pertinente que un antihéroe para hacernos el resumen del año.