La eclosión de la telebasura en los años noventa ha conllevado, con el paso del tiempo, una cierta mirada que idealiza toda esa inmundicia. Algunos han querido interpretar el Crónicas marcianas de Xavier Sardà como una televisión de culto y a buena parte de los títeres que exprimieron como estrellas incomprendidas de la cultura popular. Superestar, la serie que acaba de estrenar Netflix, homenajea a toda esta generación de los llamados freaks televisivos, intentando humanizarlos. Tamara y su madre, Margarita Seisdedos, son el eje vertebrador de la historia, y a su alrededor también se recrean las miserias de Leonardo Dantés, Paco Porras, Loly Álvarez, Tony Genil y Arlequín. Todos juntos originaron lo que después se ha llamado tamarismo, este movimiento mediático kitsch de personajes un poco marginales que consiguieron formar parte de la televisión más exitosa. Unos protagonistas que se cruzan no solo televisivamente, sino en su cotidianidad esperpéntica, empujados por una megalomanía no exenta de una gran inconsciencia y víctimas de una inmadurez inquietante. Entran en conflicto, rivalizan, colaboran, se copian y se traicionan para intentar tirar adelante pese a la cruel hostilidad mediática que los rodea. Nacho Vigalondo, el creador, participa también como actor secundario en el papel de Joaquín Sardana, un alter ego de Xavier Sardà, que presenta un programa titulado Tiempo de marte. Producida por Los Javis (Calvo y Ambrossi), Superestar fusiona el sello televisivo de todos ellos. Por un lado, el tono delirante, una especie de realismo mágico muy personal, un poco onírico, que juega con la comedia dramática y la crítica social propia de Vigalondo, y, por el otra, la veneración de la cultura pop, la necesidad de redimir a personajes marginales o diferentes dotándolos de un relato emocional que pone énfasis en su dignidad. También es evidente la mano de la directora Claudia Costafreda en el tratamiento emocional y el cuidado por los personajes.
La serie consigue una muy buena factura que conecta a la perfección con todo este universo estrafalario y mediático, sin perder los vínculos con todo un contexto social de la España de la época. Las interpretaciones y caracterizaciones de los personajes son acertadas y se hace evidente un divertimento de los actores y actrices a la hora de participar en esta ficción. El guion y los diálogos están bien construidos porque saben jugar con los códigos del género y la realidad que quieren recrear, sin ser esclavos de ello. Ajustan bien ficción y verdad, mostrando con compasión esa cara desconocida de la telebasura.
Ahora bien, una vez has identificado los referentes, has descubierto las claves de la ficción y has entendido el juego narrativo que querían plantear, es fácil que la serie te deje de interesar. Más allá de una mirada excesivamente naïf, que convierte lo más sórdido en cómico, es víctima del tema en el que quiere profundizar: la propia telebasura. Inicialmente te puede sorprender o hacer reír, pero a partir del tercer capítulo ya tienes suficiente.