El domingo el 30 minutos era capaz de condensar con equilibrio y la emoción adecuada las consecuencias de la DANA un mes después de la catástrofe. Periodísticamente, no aportaba novedades a las informaciones que hemos estado viendo a través de los informativos diarios. Pero Un día que durará años era capaz de ponerle la lupa y, sobre todo, la calma narrativa. Las urgencias televisivas han construido en este último mes un abanico de impactos que nos han servido para hacernos cargo de la realidad, sobre todo a nivel humano, pero también desde el punto de vista climático, político y de infraestructuras. Éste 30 minutos aportaba el tiempo y la capacidad de profundizar. Y esto permite observar la tragedia desde la precisión y plenitud de su tamaño.
No era un 30 minutos fácil de ofrecer a la audiencia porque después de tantas semanas de desgracia es complicado volver a enfrentarse a ella. Pero es obvio que informativamente también es necesario para asimilar todo lo que le espera ahora en el pueblo valenciano afectado por el desastre. El punto fuerte deUn día que durará años eran las historias de algunos supervivientes. El paso del tiempo no ha eliminado su trauma, pero ha hecho aparecer una emotividad más interiorizada y no tanto a flor de piel. Permitía a las personas explicar la vivencia no desde la inmediatez del terror vivido, sino desde la capacidad de haber reflexionado sobre la experiencia. El ama de una tienda de ropa mostraba cómo tuvo que sacar a su bebé de catorce días haciendo un agujero en el techo con la ayuda de una vecina, oíamos el impresionante mensaje de audio de un chico despidiéndose de la su familia pensando que no volvería a verlos, una mujer no lamentaba haber perdido los coches porque su hijo y su marido habían sobrevivido después de haber pasado horas cogidos en un árbol. Lejos de ofrecer un 30 minutos melodramático, fuimos testigos de un relato sereno. La cámara escuchaba a las personas. A vista de dron descubríamos el alcance de las pérdidas materiales. Y el montaje nos facilitaba la transformación del paisaje en este mes. Un día que durará años nos mostraba también todo lo que vendrá después del cataclismo. Los trámites administrativos, la lucha con la burocracia, las dificultades de rehacer un negocio que ha quedado destruido y el profundo dolor de todo lo que no se puede recuperar. Había un testigo conmovedor. El dueño de una fábrica de muebles de madera que había fundado su padre: “Quisiera poder ponerle un USB a mi padre para tener todo su conocimiento”, afirmaba lleno de tristeza, consciente de que la sabiduría de su padre en la hora de hacer crecer ese negocio no podía recuperarse.
El título del 30 minutos hacía honor a lo que vendrá. Será, seguramente, el primero de otros muchos que veremos en el futuro, retornando a los lugares, a las personas, a las casas, a los negocios ya las historias humanas. Ya no tanto como un sitio de destrucción sino de construcción. Tras tanta tristeza acumulada en estas semanas, comprobar el proceso de reparación, superación y recuerdo formará también parte del consuelo.