El último gran show de Jordi Cañas

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Xavi Coral junto a los candidatos a las elecciones europeas.

La noche del martes, en el debate electoral por las europeas, la tristeza cromática del decorado ya anticipaba el agror que acabaría teniendo el programa. El tono gris del suelo, el azul bandera y el granate funcionarial transmitían la pesada carga de la política más fría y anodina. El arranque atropellado y confuso de Girauta fue premonitorio también de un espectáculo absurdo. Xavi Coral le dio el primer turno para que iniciara la dinámica de las preguntas entre candidatos. El de Vox intentó leer una frase de sus apuntes para dirigirse a Javi López, pero el hombre no encontraba el texto, después se tropezaba leyéndolo, intentó rectificar y, al final, pareció tirar la toalla leyendo unas palabras a la babalá. Un mal inicio para un debate formado por un grupo ecléctico de candidatos que incluso parecían extraños entre ellos: "Es la primera vez que la veo", se justificó Asens antes de dirigirse a Eva Poptcheva, del PP.

El debate se caracterizó por la agresividad de Jordi Cañas. Lo sacaban de quicio las dinámicas más obvias del juego y le daba un aire dramático absurdo. Se molestó por una señal que le hizo Coral para que fuera breve en su intervención y estalló abroncando al moderador: “¡Pues déjeme! ¡Pero que no me interrumpas cuando llevo dos minutos y cuarenta y cuatro! ¡Y no me suméis el tiempo, que estoy discutiendo con Xavier Coral”, y sarcástico mandaba a tomar viento al equipo del programa: “¡Acabad el tiempo si queréis! ¡Dale! ¡Dale al cronómetro!”. Coral trató de explicarle la dinámica de los bloques y Cañas insistía en lamentar cómo lo habían interrumpido. “Le agradezco que gestione mi tiempo, pero deje que lo haga yo”. Coral dio paso a Girauta pensando que el de Ciudadanos ya había terminado y, entonces, saltó otra vez: “¡Pero si no he acabado!”. Y el moderador le devolvió la palabra. Pero entonces Cañas no quiso: “¡No! ¡Ya he acabado!” Una pataleta impropia de un adulto. A continuación, y poniendo en práctica los métodos aprendidos en el mismo partido que Cañas, Girauta también puso en duda el control del tiempo: “¡Pues al final que hablen ellos, porque esto está trucado para que cuando hablemos nosotros nos interrumpan y tengamos que defendernos”. La teoría de la conspiración para terminar de reventar el debate. Cañas mostraba displicencia a la hora de hacer referencia al resto de compañeros del debate, evitando pronunciar su nombre o partido: “El que aconseja que la gente se fugue”, decía para referirse a Sarri. Girauta, crispadísimo, no se quedaba corto a la hora de interpelar a los candidatos: “¿Disfrutasteis mucho el 7 de octubre con las violaciones?”, le preguntaba a Irene Montero.

Teóricamente, el interés televisivo de cualquier debate electoral radica en el intercambio de ideas y, sobre todo, en la capacidad para establecer un diálogo constructivo. Es un espectáculo que, en esencia, debería servir para mostrar a la ciudadanía las dinámicas de la democracia y contribuir a una cierta transparencia. Pero lo que vimos fue el espectáculo de la política hecha a la desesperada, el último gran show de Jordi Cañas.

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