La farsa navideña de Meghan Markle
La cantidad ingente de rampoines navideñas que llegan a las plataformas para azucarar las fiestas es insoportable. Por la saturación de la temática, por la ramplonería, por la perpetuación de los tópicos y por la transmisión de unos valores de nyigui-nyogui. Pero si hay un ejemplo obsceno que saca de quicio es el especial de Navidad With Love, Meghan, donde la duquesa de Sussex, esposa del príncipe Enrique, comparte sus tradiciones y recetas.
Como en su serie anterior, Meghan Markle hace de anfitriona y comparte con los invitados todo tipo de manualidades absolutamente inútiles. Esta vez la actriz lo remata con una farsa del espíritu de Navidad que se puede ahorrar. La señora va a comprar un árbol de Navidad cultivado en un lugar tan idílico que sabe mal que se lo lleve. Lo decora explicando un asomo sobre la importancia de las guirnaldas y el legado familiar. Se pone a ceñir la masa de un pastel con los anillos de oro y brillantes bien colocados en los dedos e invita a las amigas a la pesadilla de tener que construir coronas con ramas de abeto mientras toman un cóctel. Markle envuelve unos regalos de Navidad ficticios con técnicas de papiroflexia. El momento de abrigar una botella de champán con un pañuelo de cuello es ya el delirio máximo. Es obvio que detrás de la cámara hay algún lacayo ejecutando las recetas, preparando las decoraciones y fabricando las manualidades para que parezca que realmente lo hace la duquesa, que pone las manos y la sonrisa sólo en los toques finales.
El entorno de opulencia y los mensajes de cálida maestra abnegada que vive con devoción la dedicación a los demás son terroríficos, porque se construye una vida aspiracional perturbadora. Te vienen una felicidad artificial que consigue el efecto contrario: todo parece una tapadera para disimular una vida frívola y materialista. Si hace siglos eran los pintores cortesanos quienes idealizaban la monarquía en sus cuadros, ahora es la televisión quien tiene el rol de plasmar el poder de su descendencia. Antes era la Corona quien encargaba los retratos oficiales y ahora son los documentales, los realities, los concursos y los espacios de entrevistas los que perpetúan sus privilegios. Si antes las obras de arte subrayaban la superioridad y la diferencia de clase, ahora simulan lo cotidiano para fingir que son gente corriente: simulan que no tienen servicio, que cocinan, que ponen mesa, que fabrican ellos mismos las guirnaldas y envuelven los regalos. Buscan un reflejo de la audiencia que es una falsa normalidad, porque la puesta en escena subraya el privilegio. Son personajes que sostienen su privilegio por la gracia de Dios y, por tanto, requieren esa impostura frívola y superficial para representar su poder simbólico. Al final aparece el marido, Enric, mirón, ajeno a los deberes familiares, para saborear la teca. Después de ver este especial de Navidad, lo que más te apetece es buscar en Netflix algún documental de la Revolución Francesa.