Lágrimas porque México no invita al rey

La caverna ha cogido como uno casus belli que la presidenta electa de México, Claudia Sheinbaum, no haya invitado al rey a su acto de toma de posesión. Como protesta diplomática, Pedro Sánchez ha declinado ir él. Según explica la mandataria, la exclusión de Felipe VI tiene que ver con su silencio administrativo: Andrés Manuel López Obrador, su predecesor, le envió una carta con motivo de los 200 años de independencia en la que le pedía una disculpa institucional por los agravios cometidos durante la etapa de virreinato. Aún ahora esperan respuesta. A partir de ahí, los mecanismos de la prensa de estado se han activado. El Mundo dice que México "se ceba" con el rey y tergiversa la carta de Sheinbaum escribiendo en portada que le exigían disculpas "por la conquista de América". Dice que "lleva casi 90 tomas de posesión a sus espaldas, citas en las que el rey hace el esfuerzo de atravesar el Atlántico por permanecer apenas unas horas en el país que cambia de presidente". Cualquiera diría que atraviesa el océano a nado.

En cualquier caso, ¿cuál es el problema de admitir que hubo abusos, como ocurre en cualquier conquista? ¿De dónde sale esa incapacidad patológica de las estructuras de estado de pasar página realmente y hacer gestos de clausura, sea con ETA, México o la Guerra Civil? También es curioso cómo reaccionan los diarios de derechas en la plantada de Sánchez. La Razón le aplaude (y el editorialista habrá sufrido como si tragara una buena bocanada de chile habanero, teniéndolo que escribir). El Mundo, en cambio, le regaña en primera página diciendo que sólo "se limita" a no ir. ¿Qué pretendían? ¿Un boicot a los nachos con guacamole? ¿Enviar una división del ejército para iniciar la reconquista? Siempre ese orgullo herido, siempre estos diarios con el trauma del 98 tan vivo todavía.