No hace falta que pierda el tiempo con esta serie

Una imagen de la serie '1992'.
2 min

1992, la nueva serie de Álex de la Iglesia que ha estrenado Netflix, es algo más que prescindible. Es posible que el valor nostálgico que tiene el año que da nombre a la ficción nos induzca a escogerla entre el menú de la plataforma. 1992 nos transporta a otro marco mental de esa fecha: el de la Expo 92 en Sevilla y no el de la Barcelona olímpica. Es un thriller que se ayuda de las reminiscencias de esa época. La serie se adentra en unos crímenes macabras cuyas víctimas, a pesar de los años que han pasado desde entonces, están vinculadas a la organización de esa Exposición Universal. Todas ellas, una tras otra, acaban bien chamuscadas y con un muñequito del Curro en la mano, la mascota de la Expo. Un expolicía alcohólico y la viuda de uno de los asesinatos investigarán el caso ante la sospechosa inoperancia de la policía y las reticencias de las altas esferas del gobierno. La ficción tiene el sello dramático y visual de Álex de la Iglesia: personajes obsesivos y algo marginales atrapados en situaciones conflictivas, combinación de dramatismo y humor negro, elementos grotescos, escenas de cierta brutalidad y con efectismo visual. La cámara nos lleva a espacios urbanos y edificios fácilmente identificables, con puntos de vista exagerados, acentuando el esteticismo que nos remite al cine de género, en este caso el thriller. Formalmente, la serie quiere ser tan ambiciosa que acaba quedando pretenciosa. Tanto, que se asoma a la artificialidad. Reproduce la estética de Seven, la película de David Fincher, de una manera tan descarada como gratuita. En Seven, toda la parte visual envuelve un juego simbólico y emocional vinculado a los personajes que hace de la película una obra maestra. En 1992, la lluvia permanente y la sensación de atmósfera urbana asfixiante se convierten en un simple recurso de imitación muy irregular y vacío de significado. Es tan forzado que es falso. Es efectista para los ojos pero nada aporta ni a la narrativa, ni a la psicología de los protagonistas, ni a la emoción del espectador. La interpretación del actor protagonista (Fernando Valdivieso) es muy justita en el rol de expolicía alcohólico. Se insiste tanto en remitirnos a la estética del policía que interpretaba a Brad Pitt en que conducir al público a esta comparación es precipitar la serie al fracaso. Sólo puede salir perdiendo en ese juego poco sutil de imitaciones. El resto de personajes son planos y estereotipados. La química entre los actores protagonistas es inexistente y la forma en que se fuerza a construir una tensión sexual entre ambos resulta incluso incomprensible. Los personajes van por un lado y las intenciones del guión por otro. Los diálogos son tópicos y algunas secuencias son tan inverosímiles que más que generar emoción son ridículas. El guión de 1992 se delata como un rompecabezas muy sencillo que intenta infructuosamente que parezca complicado, con una gestión nefasta de los obstáculos y los conflictos. Seven, que este 2025 se cumplen treinta años de su estreno, y no pierdan el tiempo con homenajes tronados y vanidosos.

stats