Uno de los estrenos que ha culminado la larga colección de documentales sobre famosos que hemos visto este 2023 es la serie sobre Robbie Williams. Cuatro episodios donde el cantante, a punto de cumplir cincuenta años, repasa toda su trayectoria y explica la parte más íntima y emocional de algunas de sus etapas más críticas. Fracasos, adicciones, descontrol, conflictos con los fans o con los medios, mala gestión de la fama... Una vez más, estamos ante un producto para limpiar la imagen utilizando el género documental como excusa para la autopromoción .
Robbie Williams quiere apropiarse de su relato. Y en un momento en que él considera óptimo, de estabilidad y plenitud vital, abre las puertas de su casa a Netflix para contar su historia.
Y am Robbie Williams entra en la categoría de autodocumental. Sería el equivalente televisivo en una biografía autorizada. Algunos aspectos del formato le acercan al publirreportaje. Nada más empezar, la cámara sigue a Williams paseando por su casa. Una excusa que permite ver la opulencia y privilegio con el que vive: una mansión majestuosa decorada por todo lo alto, una familia aparentemente idílica y tradicional, un gran jardín con piscina y una vida tranquila. Penetrar en la intimidad del hogar anuncia ese presunto acto de transparencia. Por otra parte, la colocación de la cámara, la forma de entrevistar al cantante y el método utilizado para repasar su vida son audaces. Es obvio que el director, Joe Pearlman, bregado en documentales sobre celebridades, tiene ganas de ofrecer al espectador una lectura más sibilina del personaje, ir más allá de las palabras del cantante. La puesta en escena es insólita. La larga entrevista se desarrolla con Williams en calzoncillos y camiseta de imperio tumbado sobre la cama, enredado entre las sábanas. Quizá no sea la puesta en escena más favorable para vender una imagen de cierta fortaleza y madurez. A través de su ordenador portátil, polvoriento y con la pantalla llena de huellas, el protagonista hace un ejercicio catártico viendo imágenes de archivo y filmaciones domésticas. Las va comentando, recordando instantes, explicando cómo se encontraba o qué le sucedía en cada momento. A veces adopta una actitud algo victimista y en otras ocasiones admite sus errores. El propio cantante reconoce la incomodidad y la dificultad de volver a ver determinadas imágenes. Mientras, la cámara va observando esta inquietud. Se nos muestran planos detalle del cuerpo de Williams, cómo se pellizca los brazos y las piernas cuando habla de momentos oscuros o situaciones comprometidas, como si fueran una reacción para compensar cierta ansiedad. También se nos enseñan la multitud de tatuajes que le cubren la piel, casi como marcas de esos descalabros y de su trayectoria. En los puntuales encuentros familiares, su conducta es algo apenada.
La sensación que acaba transmitiendo el documental al espectador es algo contradictoria. Porque a pesar del mensaje forzado de recuperación del equilibrio vital y emocional, es inevitable percibir una fragilidad enorme en el protagonista.