Rosalía, una santa en 'La revuelta'

Esta vez Rosalía ha priorizado La revuelta y no El hormiguero. Una evidente declaración de principios. Quieran o no, los dos programas rivales han acabado convirtiéndose en opciones simbólicas. Pablo Motos ha favorecido una carga ideológica tan pronunciada hacia la derecha, y más allá, que Broncano se ha convertido, por contraste, en la izquierda enrollada. La revuelta, un programa sobrevalorado, basado en la dejadez y la supuesta simpatía de los machos alfa, vende una apariencia de naturalidad, humildad y transparencia hasta el punto de que el escenario ha acabado pareciendo un punto limpio improvisado. El hormiguero es la maquinaria implacable y competitiva, que funciona con un engranaje propio del ejército. Representa el glamour y el "ya no se puede decir nada". Rosalía podía elegir. Su enorme poder, con P de patrona, la libera de cualquier servidumbre. Con ella, los chantajes mediáticos para garantizar la promoción pierden todo el sentido. Fue donde le hacía ilusión, en el programa que mira por la tele y donde ve a unos personajes que le caen bien.

A¡En La revuelta nunca se habían esforzado tanto en presentar a una invitada. Alèxia Putellas, Pedro Almodóvar, Carmen Machi, uno de los Javis, Estopa y Manuela Carmena, entre otros, participaron tres minutos en una comedia para hacer de teloneros. Con T de titánica. Y pese a la comparsa de vips como comité de bienvenida, allí, el lunes por la noche, no vimos a una estrella sino a la chica de Sant Esteve Sesrovires.

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Rosalía apareció arrastrando una maleta, como si fuera la vecina del rellano. Se presentó con un bizcocho hecho por ella, se pasó un buen rato repartiendo los trozos entre el público, envió recuerdos a su abuela, se quitó los zapatos, hizo un pulso con Broncano y se puso una camiseta barata enorme, impresa con cuatro duros, que le regalaron. No hubo ningún tipo de glamour. En medio de su discurso musical de Lux,vinculado a la máxima espiritualidad, Rosalía fue más terrenal que nunca. Espartana como una santa y no con las ínfulas de una diosa. Es imposible imaginarse a Taylor Swift, Lady Gaga o Madonna en ese contexto. Evitó responder sobre el dinero que tiene en el banco y proclamó su celibato. Con C de coqueta. Cuesta percibirla como una de las grandes estrellas internacionales de la música porque nos resulta demasiado fácil ubicarla en nuestro mapa más inmediato. Pero en Rosalía, nada es casual. Rosalia elige el programa antagónico para consolidar su estrategia mediática de desmitificación personal. El acto de negarse el rol de diva es ya una profesión de fe en sí misma. En su discurso místico, de despojo religioso, aparece esa escenificación de la sencillez: cocinar, descalzarse, repartir comida. Una narrativa humilde, doméstica, casual. Pese al aura que lleva decolorada en el pelo, Rosalía necesita reivindicarse como humana.