Crítica de series

Reencontrar la libido cuando te mueres de cáncer

La serie 'Dying for sex' se inspira en la historia de una mujer que a partir de un diagnóstico fatal dejó al marido para emprender un viaje de reencuentro con su intimidad

'Dying for sex'

  • Kim Rosenstock y Elizabeth Meriwether para Hulu
  • En emisión en Disney+

Hace pocos años hubo una pequeña corriente de comedias del trauma, series que abordaban cuestiones habitualmente ligadas al drama (la salud mental, la enfermedad…) desde una perspectiva humorística inesperada. A títulos como Lady Dynamite y One Mississippi ahora se añade Dying for sex, una comedia sexual en torno a una mujer que se encuentra en el estadio 4, el metastático, de un cáncer de mama. Molly (Michelle Williams) ha seguido un tratamiento que parecía efectivo para un tumor hasta que el médico le hace saber que, desgraciadamente, el cáncer ha resurgido y se ha extendido a los huesos. Ya no hay nada que hacer, salvo desacelerar el proceso y proporcionarle los mejores cuidados paliativos posibles. Aunque el marido le apoya, ella se da cuenta de que no quiere pasar los últimos días de su vida con el hombre con el que se casó. Prefiere estar con su mejor amiga, Nikki (Jenny Slate), una aspirante a actriz tan cariñosa como despistada. Molly toma otra decisión. No quiere morir sin haber experimentado un orgasmo. Porque a pesar de haber vivido tantos años en pareja, nunca ha llegado a alcanzar el placer sexual total. Y la quimio, que la deja aplastada en muchos aspectos, parece también estimularle la libido. Así que decide apuntarse a Tinder y recuperar al máximo el tiempo perdido en lo que se refiere al disfrute sexual.

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Dying for sex lleva a cabo una aproximación a la sexualidad femenina desde un camino insólito. La serie también puede leerse al revés, como una ficción diferente sobre la experiencia de padecer un cáncer avanzado, con todo lo que implica en cuanto no sólo al sexo, también al estado de ánimo, las reacciones fisiológicas y la necesidad de apoyo. Nos encontramos ante una propuesta que hace hincapié en la reconexión con la propia intimidad y en la búsqueda del placer mediante la exploración de expresiones poco heterodoxas de la sexualidad. Dying for sex aprovecha el contexto lubricado de la comedia para servirnos la historia de una mujer que, al borde de la muerte, descubre el disfrute de la dominación.

De acuerdo que lo hace con una representación para todos los públicos de las dinámicas sadomasoquistas, pero al fin y al cabo estamos ante una serie alojada en Disney+. Y las creadoras, Kim Rosenstock y Elizabeth Meriwether, a menudo interrumpen las escenas de sexo más atrevidas con algún recurso humorístico, como si tuvieran que rebajar el tono o el atrevimiento con un chiste. También acaban encontrándole una pareja bastante convencional a Molly, el vecino extraño, pero capaz de comprometerse cariñosamente con ella, por lo que la serie también desemboca en un cierto conservadurismo en este sentido. Pero se agradecen estas muestras menos ortodoxas de la sexualidad femenina.

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Basada en el podcast del mismo nombre que creó Molly Kochan a partir de sus experiencias, el encanto último de Dying for sex es que la gran historia de amor (no sexual) es la que viven ambas amigas protagonistas. La serie acaba siendo una celebración de una amistad hasta la muerte, con todas las intensidades y peajes que supone para quien decide poner a su amiga moribunda en el centro de su vida. La emoción de este vínculo nos llega de la mano y de la piel de dos grandísimas actrices. Michelle Williams asume el papel más difícil, en una de las mejores interpretaciones que veremos este año en una pantalla, por cómo encarna la inmensa fragilidad de una enfermedad fatal desde una representación muy alejada de las típicas. Jenny Slate, por su parte, es capaz de robarnos el corazón en el rol de la amiga incondicional capaz de abandonarlo todo para acompañar a Molly en su trayecto final.