El miércoles al mediodía, los espectadores de Espejo público presenciaron uno de esos ridículos estrepitosos del periodismo que solo alimentan el discurso de la extrema derecha. Susanna Griso quedó en evidencia ante una invitada que, dado su popular discurso xenófobo y machista, se hubiera podido ahorrar. Si a la ultraderecha le das la palabra, con vergüenza te levantas de la mesa.
Presentaron a Ada Lluch como la voz del trumpismo en Europa después de estarla anunciando largamente en pantalla. El vídeo de presentación del programa tenía la indecencia de ir a remolque de su ideario esperpéntico: "Tiene un pasado del que se avergüenza: tuvo depresión, sobrepeso, fue feminista, vegana y era de izquierdas". Les gustaba subrayar que era catalana para conseguir el combinado perfecto para las mañanas de Antena 3. En el montaje incluyeron fragmentos de una entrevista anterior que Griso ya le había hecho en el programa. Una reincidencia temeraria que pagaron cara.
La influencer Ada Lluch es como si estuviera programada para repetir ideas ultraconservadoras con artificialidad y falsa convicción. Si Espejo público fuera un programa bien preparado, habrían tumbado sus argumentos. Pero están tan acostumbrados al pensamiento único y a cargar hacia la derecha que la influencer puso en evidencia que Griso y los tertulianos no disponían de recursos ni datos. Solo supieron ponerse a su nivel y rebajar el listón argumental, como le gusta a la ultraderecha. Ada Lluch negó las desigualdades de género atribuyéndolas solo a África, negó la violencia machista, abordó la seguridad ciudadana desde el sensacionalismo más vulgar y desde una perspectiva racista y xenófoba. También atribuyó la violencia en Estados Unidos a las personas transgénero. El cúmulo de mentiras e incoherencias sobrepasó a Griso: "¡Cómo puedes decir estas barbaridades tan alegremente!" Abrumada, pasó el testigo a sus contertulios. Los cinco invitados tampoco consiguieron nada y, más allá de poner ejemplos personales, no hicieron más que alimentar a la bestia. Ante la precariedad de argumentos y sin datos, Griso lo dio por cerrado: "Ada, vamos a hacer una cosa. Voy a reiterar la invitación. Vamos a venir con las estadísticas. Tú te traes las tuyas, yo me traigo las...". Ada Lluch la frenó: "Yo las mías las tengo aquí", advirtió, preparada para el combate. Pero Griso, indefensa, la emplazó a una próxima visita sine die para huir del despropósito. La invitada atacaba: "¡En el momento en que veis que no podéis ganar un debate y se os explica la verdad, echáis a las personas! ¡Yo estoy diciendo lo que el 99% de los españoles piensan!". Griso dio paso a la publicidad. El ridículo no es solo de la presentadora. Es de un supuesto periodismo, tendencioso y autocomplaciente, que cree que el pluralismo es dar altavoz al odio. Y si lo sientas en la mesa sin estar bien preparado, el resultado no es un debate: es una cesión. La improvisación y la ingenuidad ante los discursos extremistas son una forma de complicidad mediática.