30 años del incendio en el Liceu: "Cuando vi el techo derrumbado me puse a llorar"
El 31 de enero de 1994 las llamas se llevaron el Liceu de Barcelona, el emblemático teatro de la ciudad, en tan sólo tres horas
BarcelonaUn trauma colectivo. Una tragedia no sólo evitable, sino bajo la sombra oscura de la negligencia. Un histórico equipamiento envejecido y obsoleto. Un vecindario con las garras afiladas por culpa de un plan del Liceu aprobado sin el necesario consenso. Un fuego devastador surgido de la pequeña chispa de un soldador. Treinta años después, el incendio del Liceu es un capítulo superado gracias al consenso inmediato de todas las administraciones: había que reconstruirlo de inmediato. Y en 1999, sólo cinco años después, el nuevo Gran Teatre del Liceu, con los acuerdos de Turandot dirigidos por Núria Espert, abría sus puertas. Un trauma, sí, un trauma medicado enseguida, un plan de choque y una recuperación récord. Quedan en la memoria las imágenes de aquel lunes, 31 de enero de 1994, en que los diarios habían abierto a toda página con la última actuación de la orca Ulises en el Zoo de Barcelona: un pequeño trauma para la ciudad, la su marcha rumbo a San Diego. Un ejemplar único en el mundo que dejaba toda la personalidad animal de la ciudad en manos de un ejemplar aún más único, su colega Copito de Nieve. No existían diarios digitales ni redes sociales, fue el gran día de los informativos televisivos y radiofónicos porque a media mañana, sobre las doce, Ulises ya no era noticia.
Todos los directos ya iban llenos de lo que ocurría en la Rambla. El Liceu se quemaba, las llamas llegaban a setenta metros y la columna de humo se veía por toda la ciudad. Xavier Cester, crítico musical y abonado liceísta de piedra picada, tenía fiesta ese lunes en el trabajo en la sección de música clásica de Discos Castelló. Por casualidad, barajaba libros en la Documenta de la calle Cardenal Casanyas, a un minuto del Liceu. El runrún decía que ocurría algo en el teatro. Y sí, salía humo, pero podía ser que fuera una humareda sin más importancia. Ya en casa, el informativo del mediodía daba fe de la tragedia: “Cuando vi el agujero y el techo derrumbado me puse a llorar. No podía creerlo”. Tantas emociones vividas, tantos sentimientos experimentados entre esas paredes y ahora todo reducido a cenizas. En 1994, Xavier ya era abonado del Liceu y había visto justo dos días antes la función de Mathis der Maler, de Paul Hindemith. "Ya hacía tiempo que todo el mundo veía que el Liceu estaba envejecido y necesitaba una reforma urgente", recuerda. Las imágenes televisivas todavía hoy son impresionantes. El trasiego incesante de los bomberos, las obras de arte del Círculo del Liceo –doce obras de Ramon Casas y otras valiosas telas de Santiago Rusiñol, Modesto Urgell y Francesc Masriera, entre otros– trasladadas de urgencia por la Guardia Urbana hasta el vecino Palau de la Virreina, las autoridades visitando el siniestro, el desconsuelo de Montserrat Caballé y de Victoria dels Àngels...
Las fachadas de la Rambla, a la altura del Liceu, llevaban semanas empapeladas de carteles contrarios al plan del Liceu –se puede comprobar observando la ingente cantidad de fotos publicadas en la prensa del día siguiente– presentado en 1988 y que preveía la reforma integral del teatro lírico y la necesaria expropiación de edificios de alrededor para ampliar la superficie de 9.313 metros cuadrados a 21.191 metros cuadrados. Hasta 1991 el plan no fue aprobado, pero se topó con la oposición inmediata de los propietarios de dieciséis viviendas y treinta y tres comercios. También mostraron reticencias algunas instituciones como la Real Academia de las Buenas Letras, la Real Academia de las Ciencias y las Artes, la Real Academia de las Bellas Artes y el Ateneo Barcelonés. La reforma debía costar 6.000 millones de pesetas. La reconstrucción costó 22.000 millones. Con el incendio todas las oposiciones quedaron también reducidas a cenizas. Todos los miembros del patronato del Liceu lograron una unanimidad de urgencia. No había que perder ni un minuto. La reunión entre Jordi Pujol, Narcís Serra –vicepresidente del gobierno del Estado– y Carmen Alborch –ministra de Cultura– dio frutos rápidamente. La actividad del Liceu, si los plazos se hubieran cumplido –sin incendio de por medio– se habría interrumpido en junio de 1995 para dar paso a la reforma. Ahora todo se aceleraba. Otros espacios barceloneses cederían sus escenarios para las representaciones liceístas mientras durara la reconstrucción: el Palau de la Música, el Palau Sant Jordi y el Teatre Victòria fueron los escogidos. Aún faltaban unos años para la inauguración del Auditori y del Teatre Nacional de Catalunya. Xavier Cester destaca una observación importante: el espíritu olímpico había dejado marca en el ánimo colectivo, ese “hacer piña” para sacar adelante un proyecto tan extremadamente ambicioso y complejo caló y “a rebufo de ese empuje conjunto es como se emprendió la reconstrucción urgente del Liceu”. Y también menciona el papel de los abonados en el Liceu, muchos de ellos –él incluido– renunciaron a la devolución económica de los espectáculos de la temporada 1993-1994 que quedaron cancelados. La reconstrucción bien merecía el gesto.
En 2016, el programa Salvados de La Sexta se preguntó con voz alta y clara sobre la penumbra que siempre ha quedado del incendio del Liceu, las rendijas irresueltas, la culpabilidad de los soldadores, la dejadez que arrastraba la infraestructura y la impactante conveniencia del incendio para hacer limpio. ¿Fue negligencia? Tanto Josep Caminal, director general del Liceu en el momento del siniestro, como Josep Maria Busquets, su antecesor en el cargo, respondieron a las preguntas de Jordi Évole admitiendo que nada quedó del todo claro. En el programa, Caminal comentaba un documento que advertía del peligro que suponía mantener el Liceu abierto en las condiciones infraestructurales en las que se encontraba. "Las administraciones no actuaron con la diligencia adecuada ante las necesidades de reforma que exigía el Liceu", argumentaba. Busquets, por su parte, había llegado a anunciar el cierre inminente del Liceu para realizar las anheladas e imprescindibles reformas, pero las administraciones le desmintieron y tuvo que dimitir. Esto ocurría a finales de 1992. Poco más de un año después, las llamas destruían el teatro. La investigación fue escasa y concluyente: la culpa fue de la chispa. Ninguna negligencia, ningún retraso, ninguna mala praxis administrativa. ¿Un pacto de silencio? Si no lo fue, lo pareció. “Hay veces en las que no se puede contar todo”, admitía Busquets en la entrevista con Évole. La paradoja es de primera categoría: ¿el incendio del Liceu fue una tragedia fortuita y evitable pero, en el fondo, oportunísima?