El 9-J y el voto campesino
No sólo la guerra y la inmigración han hecho perder protagonismo en la agenda verde en estas elecciones europeas. También las protestas del campesinado han puesto en entredicho la lucha contra el cambio climático. En realidad, existen conexiones entre los tres asuntos. La guerra ha provocado una inflación de los precios (en especial de la energía) que ha perjudicado a los productores del campo, quienes históricamente ya sufren por la diferencia entre el precio que reciben en origen y lo que los ciudadanos pagan cuando van a comprar. En cuanto a la mano de obra inmigrada, lleva décadas crucial en el campo, donde cuesta encontrar trabajadores autóctonos, tanto por la dureza de los trabajos como por los salarios que se pueden pagar (de nuevo, aquí el problema son los altos costes en comparación con las ganancias –pérdidas, incluso a veces–). Y finalmente, claro, existen los deberes crecientes que la Unión Europea se ha impuesto en la agenda verde, que en efecto suponen un nuevo sobreesfuerzo para el campesinado. Ya ha empezado a retroceder o, mejor dicho, a frenar en el ritmo de aplicación de este Pacto Verde.
Los partidos centrales del arco parlamentario europeo (socialistas, derecha conservadora, liberales e izquierdas alternativas) mantienen la necesidad de continuar frenando la emisión de gases de efecto invernadero, aunque, a la vez, en mayor o menor grado , todos están buscando formas de atender el clamor de los productores del campo: bien sea alargando algunos plazos en la aplicación de medidas vedas, bien sea revisando acuerdos comerciales a gran escala (para frenar la entrada de productos agrícolas de fuera de la UE ) o bien, en todos los casos, buscando reducir los problemas de burocracia que afectan sobre todo a las medias y pequeñas explotaciones familiares. En todo caso, los campesinos, que recibieron toda la atención –y algunas promesas y gestos– por las protestas generalizadas de hace algunos meses, siguen haciendo oír su voz en las carreteras. Este lunes, por ejemplo, con un corte transfronterizo en varios puntos de Catalunya. Para el campesinado, en situación precaria, no es suficiente con lo que se ha hecho y dicho desde Bruselas y desde los respectivos gobiernos.
Al igual que ocurre con el miedo a la inmigración, la ultraderecha está intentando capitalizar el malestar campesino. Lo hace con un discurso populista fácil que busca la confrontación entre el mundo rural y la agenda verde. La cuestión es cómo combatir este simplismo. En conjunto, aunque con evidentes diferencias nacionales, el sector primario siempre ha recibido mucha atención en la UE. La política agraria común (PAC) ha sido un puntal. Ya no representa el 65,5% del presupuesto comunitario como ocurría en 1981, sino el 23,5%, pero no tanto porque las cantidades hayan disminuido como porque el presupuesto general ha aumentado mucho. Hoy, el 70% de dinero de la PAC va directamente a ayudas a agricultores y ganaderos, cada vez, eso sí, más condicionantes ambientalmente. Hacer rentable y ambientalmente sostenible la producción campesina es clave para mejorar la soberanía alimentaria europea y proteger el entorno natural. Hay que trabajar codo con codo con los afectados, evitando caer en el choque verde y buscando soluciones factibles que garanticen su viabilidad. Es vital para los campesinos y para todos.