Actualizar Catalunya significa poner el país al día. Repensarle. Sin miedo, con ambición. Los frentes abiertos son muchos. ¿Cómo remontamos la educación y potenciamos la investigación? ¿Cómo nos reindustrializamos y cómo hacemos la transición energética en el marco de la crisis climática? ¿Cómo ganamos competitividad? ¿Cómo vamos hacia un turismo sostenible? ¿Cómo garantizamos que el sistema de salud y el conjunto del estado del bienestar tenga futuro? ¿Qué hacer para responder a la gravísima crisis de la vivienda? ¿Y para recuperar el ascensor social y romper con las nuevas pobrezas? ¿Cómo abordar el debate de la inmigración por no dejar que caiga en manos de la demagogia de la extrema derecha? ¿Cómo recuperar la vitalidad del catalán en la calle? ¿Cómo modernizar las grandes infraestructuras: trenes, aeropuerto? Podríamos seguir con la cultura, la inteligencia artificial... Hay mucho que decidir, mucho que hacer. Tras el salto adelante frustrado que ha supuesto la apuesta independentista, muchos de estos debates aplazados se han vuelto urgentes. No podemos quedarnos atrás. El mundo se mueve, la inestabilidad geopolítica es grande, Europa se estanca. Mientras, la sociedad catalana, abierta y plural, también está cambiando a marchas forzadas. Necesitamos respuestas, soluciones y capacidad de reacción.
Por supuesto, el pleito soberanista sigue sobre la mesa y no se resolverá por arte de magia. Con el Proceso liquidado por la dureza ajena y la incompetencia propia, es necesario garantizar el progreso. Pese al boicot de la alta judicatura y del PP y Vox, se ha roto la política de blogs y se ha entrado en el terreno de la política, el diálogo y la negociación, que nunca debería haberse abandonado . Ahora mismo está por ver si el pacto de investidura entre el PSC y ERC que ha hecho presidente el socialista Salvador Illa servirá para dar un paso adelante importante en el autogobierno con la hacienda propia. Y hay que tener claro que hasta que no se produzca el retorno en libertad del expresidente Puigdemont no se podrá dar por cerrada la represión y, por tanto, no se podrá encarar el futuro libremente.
Esta primera Diada con un Gobierno no independentista desde el inicio del Procés marca un cambio. Para todos. Empezando por el independentismo, al que le toca recapitular de verdad: más allá de las estrategias partidistas, es importante que asuma que el país necesita recuperar los grandes consensos del catalanismo, con la lengua en el centro, las necesidades concretas de los ciudadanos como guía y la voluntad de mayor soberanía precisamente para asegurar la nación, la gestión y la cohesión. Con Alianza como línea roja, sumar lo más actores posible en esta tríada, tanto políticos como sociales y culturales, es un trabajo de país que debe estar por encima de la legítima pugna por el poder.
Y al igual que el independentismo debe reformularse si un día quiere volver a ser hegemónico, el socialismo, ahora en el poder, tiene el reto de reconectar plenamente con el catalanismo político y el reto de defender en España la singularidad catalana, en la que no solo le espera la oposición frontal de la derecha, sino también las resistencias endémicas de las izquierdas, incluida la latencia felipista del PSOE. En la medida en que lo consiga también conseguirá ocupar la centralidad catalana.