Adicciones en la adolescencia: ¿cómo detectarlas?

Revelamos algunas señales de alarma que tendrían que ponernos en alerta; como padres y madres podemos acompañar a los jóvenes a la hora de superar la adicción

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L'abús del alcohol acostumbra a ser la puerta de entrada en  una adicción de muchos jóvenes.

Las adicciones más frecuentes en adolescentes son al cannabis y al alcohol. Así lo afirma el médico especializado en adicciones Xavier Fàbregas. El también director de Mas Ferriol apunta que ambas suelen debutar a los 14-15 años, “a pesar de que últimamente estamos viendo casos en los que lo hacen a los 13”. Al principio, señala, “suelen consumir de manera puntual, pero después de un año el consumo de cannabis es diario y el de alcohol muchas veces se traduce en un consumo episódico en forma de borrachera grupal cuando salen de fiesta”. 

Fàbregas también apunta que en los últimos años se han detectado consumos nunca vistos hasta ahora de psicofármacos y analgésicos de tipos opiáceo “en jóvenes para reducir las angustias de la adolescencia en el contexto de una disponibilidad que ha incrementado mucho”. Este es, por ejemplo, el caso de Martí [nombre ficticio para preservar su identidad], que actualmente tiene 19 años y que dentro de poco hará un año que, podríamos decir, volvió a nacer. Hacía un tiempo que se había refugiado en el consumo de ansiolítics derivados de las benzodiazepinas, opiáceos y oxicodona. ¿La razón? “Me sentía deprimido, me rallaba y esto me ayudaba a aislarme del mundo y de los problemas”. 

En palabras de Elisa [nombre ficticio], su madre, “Martí de pequeño era un niño muy feliz”. Era muy movido y a los 6 años le diagnosticaron TDAH. “En casa era muy absorbente y no sabía jugar solo, si bien es cierto que desde que se empezó a medicar la intensidad bajó”, prosigue. Al cabo de un tiempo empezó a manifestar ciertas necesidades en las que nadie era capaz de ayudarlo. “Algunas se derivaban del TDAH, pero otras tenían que ver con un sufrimiento y una angustia recurrente que decía sentir. Martí notaba que había algo en su interior que no funcionaba como debía”, recuerda su madre. 

Fàbregas apunta que el factor más importante detrás este tipo de adicciones “es la mala gestión de las emociones en chicos con un nivel de sensibilidad más grande que la media”. “Por definición –matiza–, todos los adolescentes son hipersensibles y, por lo tanto, población de riesgo, pero lo que para la mayoría será un problema temporal de abuso en un contexto de nuevas experiencias y la transgresión inevitable para encontrar los propios límites, para unos cuantos acaba siendo un problema que se cronificará y no sabrán gestionar por sí mismos”. 

Señales de alarma

Hay que tener en cuenta también que los indicadores que pueden hacer pensar que estamos ante el inicio de un problema adictivo muchas veces son inespecíficos. En muchos casos, además, son conductas propias de la crisis existencial de la adolescencia y que, según Fàbregas, “a pesar de ser dramáticos y generar gran conflictividad se resolverán por sí mismos en el momento que el joven adquiera los niveles de experiencia y maduración necesarios”. Aún así, Fàbregas sugiere “estar atentos, sin obsesionarnos, si hay aislamiento del grupo habitual de amigos, gastos excesivos, controlar las horas que pasan ante el móvil o el ordenador, la falta de sueño, las autolesiones, la agresividad, etc.” 

En el caso de Martí, fueron sus amigos los que alertaron a sus padres de que su hijo consumía de forma habitual cuando salía. Martí insiste una vez más en que su consumo “no tenía una motivación lúdica, sino que servía para aplacar la ansiedad que sentía”. “Cuando veía que los depresores no eran suficientes, me informaba y aumentaba la dosis, o probaba otras sustancias”, añade. “Nosotros no sospechamos nada. Sí que veíamos a nuestro hijo mal, pero no pensábamos que consumiera nada más que cannabis”, explica Elisa. Aún así, reconoce que la convivencia y la comunicación con su hijo “no eran nada fáciles”, ni para el padre ni para ella, que, a pesar de estar separados, han actuado como un verdadero equipo.

La primera crisis de Martí, a raíz de la cual conoció al doctor Fàbregas, tuvo lugar en junio de 2020, cuando sus amigos le dieron un ultimátum: o dejaba las pastillas o ellos no querían saber nada más de él. Las quiso dejar de golpe, sin ayuda, y esto le provocó una descompensación muy fuerte. Poco después volvió, hasta que en septiembre del 2020, la vigilia de tener que empezar a trabajar en una empresa, se le metió en la cabeza que aquella noche tenía que salir sí o sí. Sus padres se lo prohibieron y esto hizo que se pasara la noche en vela. “Al día siguiente no se levantó de la cama, así que su padre y yo hablamos y le dijimos que ya no podíamos más y que hiciera el favor de marcharse de casa”, recuerda Elisa. “Él nos respondió que no lo entendíamos, lo cual probablemente era cierto, y se tomó un puñado de pastillas de golpe”, explica. 

Martí acabó ingresado en el Hospital Santa Caterina, en Salt. Al cabo de un mes de estar ahí en aislamiento, sin móvil, sin poder fumar, etc., salió totalmente limpio y con una medicación nueva. “Aquello nos salvó la vida y nosotros pudimos volver a dormir después de mucho tiempo. Por fin estaba en buenas manos y empezábamos a ver la luz”, dice Elisa.

Reconocer el problema

Elisa y su exmarido se empoderaron finalmente para acompañar a su hijo en su recuperación. Un camino en el que ahora también cuentan con el seguimiento de Fàbregas, que al principio tuvo que destinar bastantes entrevistas para hacer que Martí acabara reconociendo su problema. “Sin el reconocimiento es imposible conseguir la colaboración en el tratamiento”, subraya Fàbregas. Hay que tener en cuenta, además, que “el adolescente valora mucho que se lo escuche y durante las sesiones puede haber discusiones muy enriquecedoras, pero a la vez tienen que servir para tener los pies en el suelo y pasar de la teoría a la práctica”. En este sentido, Martí reconoce que sus sesiones en Mas Ferriol –al principio más seguidas que ahora– le sirvieron “para entender que las pastillas solo lo perjudicaban y para convencerse de que quería dejarlas”. 

Quedarse en su entorno habitual también es una herramienta que funciona muy bien para la recuperación, siempre que esta no requiera el ingreso. “Lo que más me ha ayudado a recuperar el orden ha sido mantenerme ocupado y que mis amigos me apoyaran”, apunta Martí, que desde que salió de Santa Caterina ha estado trabajando unos meses echando una mano a la masía de unos amigos de sus padres y en una fábrica. “Verse capaz de trabajar lo ayudó mucho a volver a confiar en si mismo y a darse cuenta de que tiene capacidades de sobra para hacer lo que se proponga”, concluye Elisa. 

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