El análisis de Antoni Bassas: 'La impotencia de Llarena y el plan de Puigdemont'

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El juez Pablo Llarena vuelve a este análisis como en los viejos tiempos, y lo hace con honores de portada:

Llarena ve delito en la fuga de Puigdemont el 8 de agosto, cuando vino a Barcelona, ​​y quiere que se investigue. No se cree el informe de los Mossos que explicaban las dificultades para detener al presidente en medio del gentío y ha enviado la orden de investigar en los juzgados de Barcelona. El Tribunal Supremo no es competente para ello, dado que el delito no lo habría cometido Puigdemont sino los que, según Llarena, habrían colaborado en que se escapara de la operación policial para detenerle.

Dice Llarena que nada de gentíos, que le hubieran podido atrapar cuando subía o bajaba del atril. Lo dice en un lenguaje que habla por sí solo: “Pese a expresarse en el informe autonómico la dificultad de abordar la detención del proceso en el seno de la aglomeración [...] los informes no reflejan impedimentos”.

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Curiosamente, la providencia de Llarena llega el mismo día que la Fiscalía del TSJC rechaza las querellas de Vox y Hazte Oír contra el presidente Aragonés, los consejeros Elena, Ferrer, Sallent y el presidente Rull porque “no consta ningún indicio de que estos querelados dieran orden que tendiera, por razones de afinidad política, al incumplimiento de la orden de detención”.

Que los Mossos fracasaron ese día es evidente. Pero que querían realizar una detención que tuviera en cuenta el rango del presidente en el exilio y las complicaciones que podrían derivarse de la más que segura reacción de los asistentes, también. Y probablemente confiaron en que el presidente, una vez hablada, se dejaría detener. Una cosa es bastante probable: si hubieran dejado entrar a Puigdemont en el Parlament, quizás le hubieran podido detener después, aunque él tenía en la cabeza que su deber era evitarlo. Porque el plan original del presidente era entrar en el Parlament y no ir al acto. La idea del acto era que toda la atención policial se pusiera en el Arc de Triomf y se relajara el acceso al Parque de la Ciutadella en previsión de que le dejaran entrar (para después detenerlo, claro). Cuando vio que no podía entrar en el Parlament, el objetivo que Puigdemont quería preservar era el no dejarse detener.

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Cómo escribimos hoy en la editorial del ARA, Llarena habla desde la impotencia. Lleva cerca de siete años sueñando con el momento de tener a Puigdemont detenido, sentado ante él, prestando declaración. Y pensó que el día 8 de agosto por fin había llegado el día de resarcirse de tantos fracasos ante varias instancias europeas. El sentimiento de frustración debió de dispararse. Y ahora busca delitos de omisión del deber de perseguir delitos y encubrimiento. Que con los tres mossos detenidos y apartados no es suficiente. Lo decimos hoy en la editorial: “Querer investigar la cúpula de los Mossos es un disparate sólo atribuible al ánimo de venganza que parece guiar a Llarena”.

Buenos días.