El análisis de Antoni Bassas: '¿Los indultos convierten a Sánchez en un presidente valiente?'

A cada generación que pasa Catalunya está más lejos de cualquier proyecto español compartido. Por sentido de estado, habría que abrir un diálogo a fondo. Por sentido de la realidad, lo que puede acabar pasando es que España, suficientemente fuerte para encarcelar, pero no para convencer, decida que lo único que se puede hacer es lo mismo que los últimos siglos: soportar el problema con resignación

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Hoy se encuentran en Barcelona Pedro Sánchez y Pere Aragonès. Es un día oportuno para situar dónde estamos. 

Si miramos la agenda, el domingo se celebrará en Madrid la manifestación contra los indultos, que el PP está calentando con la recogida de firmas "en defensa de la Constitución, la justicia y la igualdad de todos los españoles”. El PP necesita ruido, primero porque el caso Kitchen, esta mezcla de espionaje desde el ministerio del Interior para tapar el dinero con sobres de la corrupción, ya empieza a salpicar a Mariano Rajoy, y después porque las firmas contra Catalunya siempre ayudan a mantener la moral de reconquista de la Moncloa, porque, como es consabido, el poder va antes que el país.

Mientras tanto, en Catalunya, Salvador Illa ha presentado su gobierno a la sombra, copiando la estética de un acto de gobierno en el Palau de la Generalitat. Illa ha recuperado una idea de Pasqual Maragall cuando era jefe de la oposición. El PSC quiere que se note que está a punto para gobernar, aunque el acto de ayer tuvo una solemnidad escénica desproporcionada, porque esto es un grupo de trabajo pensado para que visualicemos que hay alternativa con nombres y apellidos. (Pero está en el estilo Illa, que se pasó meses hablando con un letrero bajo el micrófono en el que decía “Illa presidente”). Con todo, que la dialéctica gobierno-oposición sea visible es bueno para la democracia.

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En todo caso, vivimos días de arranque, de espera, en los que todo girará alrededor de la concesión de los indultos y la mesa de diálogo y en los que la prudencia declarativa es la norma, incluida la del vicepresidente Jordi Puigneró, cuando ayer le preguntaron en La Vanguardia si esta legislatura se repetirá un referéndum unilateral, contestó que “no es la primera opción" pero que no la descartan si intentan "llegar a un acuerdo y el gobierno español no se mueve”.

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En este punto, todo el mundo está situando su posición de partida en el comienzo del diálogo: para el gobierno español se trata de reencuentro y para el Govern se trata de negociar con vistas a conseguir la amnistía y el referéndum. Los dos objetivos parecen lejos: el reencuentro porque no es posible pasar páginas con miles de represaliados, la amnistía porque no hay voluntad política ni la mayoría que haría falta en las Cortes, y el referéndum por razones obvias. 

Y aquí hay que afirmar lo siguiente: en un conflicto, quien tiene más responsabilidad de solucionarlo es la parte más fuerte.

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Pedro Sánchez tiene que decidir si quiere proceder a una simple desinflamación o quiere liderar un nuevo capítulo del gran problema no resuelto que es el reconocimiento de Catalunya. Porque este ha sido, es y será siempre el problema: el reconocimiento de Catalunya. Y cualquier observador externo aconsejaría abordar seriamente el problema, porque cada generación que pasa el precio sube. Para no ir más lejos y empezar en la Transición, el reconocimiento consistió en hacer volver al president en el exilio, restablecer la Generalitat de nombre pero sin atribuciones y aprobar un Estatut d'Autonomia. 25 años más tarde, ese reconocimiento de salida de la dictadura ya era como un vestido que se había quedado pequeño, y hacía falta un segundo Estatut. Y diez año más tarde, la reclamación era la independencia. O sea que a cada generación que pasa, Catalunya está más desencajada y, por supuesto, lejos de cualquier proyecto español compartido. Hay presos y exiliados, y represaliados. Por sentido de estado, habría que abrir un diálogo a fondo. Por sentido de la realidad, lo que puede acabar pasando es que España, suficientemente fuerte para encarcelar, pero no para convencer, decida que lo único que se puede hacer es lo mismo que se ha hecho en los últimos siglos: soportar el problema con resignación. Cuando dicen que Sánchez es valiente por los indultos, la respuesta tiene que ser que no, que Sánchez, aritméticas de gobierno aparte, sabe que los indultos empiezan a ser recomendables a la vista de lo que Europa está haciendo y hará con la sentencia. No. La valentía de Sánchez la determinará ahí hasta donde quiera llevar los límites del diálogo. 

Nuestro reconocimiento para los que trabajan en primera línea del covid-19, un recuerdo para los que sufren, para los presos políticos, para los exiliados, y que tengamos un buen día.