Periscopio Global

Argentina baja por decreto el precio de la carne

Supermercados y mayoristas tendrán que bajar un 30% el precio del vacuno mientras la inflación se acelera

Berta Reventós Meseguer
y Berta Reventós Meseguer

Buenos AiresEste viernes entra en vigor una nueva medida económica en Argentina: la reducción, en un 30%, de los precios de la carne de vacuno que se vende en supermercados, hipermercados y negocios mayoristas o empresas cárnicas. El ministro de Economía argentino, Sergio Massa, anunció el lunes que la medida se aplicaba a los siete cortes de carne más populares del país, con la intención de que “la ciudadanía no sufra el perjuicio que a menudo se da en los precios de nuestra economía”: desde principio de año, este producto básico ha escalado un 35% en el precio final del consumidor. El día siguiente al anuncio, se hacía pública la primera cifra de inflación del 2023: un 6% en el mes de enero, y un 98,8% interanual. Así pues, Argentina arranca el año económicamente peor que como cerró el pasado.

La nueva medida de Massa se incorpora en el programa Precios justos, que desde noviembre hasta marzo congela los precios de 1.500 productos básicos. Los precios de la carne se congelan desde hoy hasta el 31 de marzo, y a partir de entonces irán incrementando poco a poco –un 3% mensual– hasta el 30 de junio.

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De la reducción del 30%, no obstante, quedan excluidas las carnicerías de barrio y de mercado, donde los consumidores, en cambio, disfrutarán del reintegro, a cargo del gobierno, del 10% de las compras que se hagan con tarjeta de débito, con un tope mensual de 2.000 pesos (unos 10 euros con el cambio oficial). El gobierno, además, ha acordado subsidios a los ganaderos por las pérdidas millonarias que han sufrido este verano debido a la sequía que golpea a más de la mitad del territorio.

Preocupación entre los comerciantes

“Como comerciante, es un golpe muy duro”, admite al ARA Johans Bernal, fundador y gerente de Frigorífico Avila, empresa mayorista de venta de carne. “En los últimos dos años, el precio de la carne ha ido siempre por detrás de la inflación, y ahora nos hacen bajar todavía más los precios”. Bernal celebra que la medida pueda ayudar el bolsillo del consumidor final, pero lamenta que el gobierno no tenga en cuenta al proveedor. “Si los sueldos, el alquiler de los locales, el coste de la energía, de la gasolina, todo, se va ajustando a la inflación, ¿por qué no lo tiene que hacer la carne?”

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Pero él mismo reconoce que para el gobierno sería arriesgado dejar que la carne suba sin límite, porque es uno de los alimentos de más consumo en Argentina: “A menudo el ciudadano mide su coste de vida basándose en el precio de la carne”, dice Bernal.

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Carlos Barbieri trabaja desde hace cuatro años en la carnicería de barrio Tradición Argentina. Explica al ARA que, cuando el lunes repintó los carteles de precios en el negocio, los clientes “entraban, ponían los ojos como platos y salían por la puerta, sin decir nada, como asustados”. Dos kilos de bistec de chorizo, uno de los cortes de más demanda, habían aumentado de 2.800 a 3.600 pesos en dos semanas.

“Con la carne, la gente lo nota mucho más: la diferencia de 800 pesos impacta mucho. La leche, en cambio, quizás sube de 180 a 220, y estos 40 pesos los pagas sin pensar tanto, a pesar de que signifique que la leche ha subido más de un 20%”. Barbieri explica cómo el día siguiente los mismos que habían huido del negocio volvían: “Acaban comprando igualmente”.

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La diferencia del consumo, no obstante, se encuentra en el volumen: el cliente compra menos cantidad. Por eso, Barbieri cree que el gobierno tendría que hacer más políticas para el pequeño comercio y no tanto para las grandes superficies. “La gente compra en el barrio, porque en las tiendas puedes comprar un litro de leche solo en lugar de un paquete de 12: en el súper el litro te sale más barato, pero el precio total del paquete es demasiado alto para la gente ahora mismo”.

Vivir al día

Hace tiempo que las economías familiares en Argentina viven al día. La meticulosidad con la que planifican los gastos lo hace encajar todo milagrosamente hasta que la inflación vuelve a subir y lo desmonta. Y, si bien las empresas están obligadas por ley a ajustar periódicamente los salarios de los trabajadores, la sensación de la gente es de angustia absoluta.

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“Voy al mercado y no sé qué precios me encontraré”, cuenta al ARA Jimena, de 50 años, que mantiene a tres hijos. “La incertidumbre agota: ¿esto acabará? ¿Cuándo y cómo? Es desesperante”. Ana María, de 89 años, cobra una jubilación de 40.000 pesos (unos 200 euros con el cambio oficial) y es de las que ha optado por comprar menos: “Antes compraba un kilo de patatas, un kilo de cebollas... Ahora pido tres patatas y tres cebollas. Se tiene que medir todo, o no llegas. Tenemos que ser muy cautelosos ”.