Biden vuelve a ceder ante los talibanes
BarcelonaEl presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, ha dado marcha atrás después del ultimátum lanzado por los talibanes para que se mantenga el 31 de agosto como último día con presencia militar extranjera en el país, y ha renunciado a posponer la fecha de la retirada para facilitar la evacuación de la población civil. Se trata de la enésima cesión de Washington ante los fundamentalistas, que demuestran que tienen la sartén por el mango sobre el terreno. El presidente norteamericano está dispuesto a cumplir con la retirada pactada por Donald Trump con los talibanes en un acuerdo que no se ha hecho nunca público (y que le escondió en parte a Biden), aunque esto conlleve cerrar los ojos ante la tragedia que se acerca y que ya ha empezado a ser denunciada por las Naciones Unidas.
El caso es que, después de 20 años de ocupación y de fracasar en el intento de construir una institucionalidad fuerte en el país, ahora Occidente no puede ni siquiera asegurar la vida de los afganos que colaboraron con las fuerzas extranjeras y se enfrentaron a los talibanes. Cada día que pasa la sensación de humillación se hace mayor, y lo que tenía que ser una buena noticia para la administración de Biden -el final de una intervención que ha durado 20 años y el regreso de las tropas a casa- se está convirtiendo en un auténtico calvario que amenaza con marcar su presidencia. Las encuestas ya detectan una bajada de popularidad de Biden, que está apareciendo como un líder débil (cosa que recuerda a Carter), y centro de las críticas tanto desde la izquierda de su partido como desde la derecha. La línea oficial de la Casa Blanca es creerse las promesas de moderación de los talibanes y evitar a todo precio cualquier incidente armado entre ellos y los 6.000 militares norteamericanos que custodian el aeropuerto.
Sin cuestionar el derecho de los Estados Unidos a poner fin a la misión, lo que no se entiende es que la administración Biden aceptara de forma acrítica el pacto de Trump con los talibanes, que recordemos que conllevó la puesta en libertad de 5.000 prisioneros islamistas. Biden puede aducir que la decisión la tomó la administración anterior, pero esto no lo exime de la responsabilidad de ejecutar la retirada minimizando los daños para la población civil, y esto no ha sido así. Después de aceptar la fecha tope del 31 de agosto, los países occidentales se ven obligados a una carrera contrarreloj para sacar al máximo de gente (trabajadores, colaboradores, activistas, etc.) de Kabul mientras los talibanes se dedican a bloquear los accesos al aeropuerto. Washington ni siquiera ha sido capaz de arrancar el compromiso de los talibanes para que dejen salir a todo el mundo que lo solicite.
Tenemos el caso, por ejemplo, de 50 políticas afganas (diputadas, cargos ministeriales e incluso una alcaldesa) que han pedido ser acogidas en el exterior y que todavía no han recibido ninguna respuesta. Como ya ha dicho la alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, se tienen noticias de ejecuciones sumarias y otras atrocidades. Si cuando se marche el último avión occidental de Kabul se desata la represión y las matanzas, nadie podrá decir que no estaba avisado.