'Bullying' y TDAH en las escuelas
La calidad de una democracia se mide por el respeto a las minorías. La mayoría manda, pero no puede hacerlo pasando por encima de las minorías. Pues bien, en la educación, el respeto a la minoría, es decir, a los alumnos que no se ajusten a los estándares, también es crucial. Y el abordaje de ello incluye a toda la comunidad escolar, empezando por la relación entre los mismos chicos y chicas y siguiendo por la actuación de los educadores y los profesionales de apoyo, además de las familias. De la misma forma que la pluralidad de las sociedades modernas ha complicado la gobernanza en las democracias liberales, también hoy es más difícil la tarea educativa dada la gran diversidad de alumnado: de origen, de cultura, de lengua, de nivel socioeconómico, de referentes y de salud física o psicológica, incluidas discapacidades.
La escuela inclusiva, es decir, la escuela que quiere atender a todo el mundo e integrar diferencias muy grandes, reclama esfuerzo y recursos. La solución no puede ser bajar el listón para todos, renunciar a la excelencia. El valor de asumir la convivencia en la diferencia, de socializar en la mezcla, debe hacerse compatible con la ambición en los conocimientos. Igualar bajista no puede ser el camino. Pero como muestran los datos, no es fácil.
¿Qué datos? En los últimos tres cursos, la Unidad de Apoyo al Alumnado en situación de Violencia (USAV) del departamento de Educación ha atendido a 2.206 presuntos acosos en la escuela. En este período, el número de casos atendidos se ha disparado un 200%, lo que tiene una doble lectura: o bien hay un incremento efectivo o bien hay más sensibilidad y, por tanto, lo que crecen son las denuncias. En cualquier caso, el problema es real. Y es necesario abordarlo. La escuela inclusiva, que pone de lado a niños y adolescentes con capacidades y situaciones a veces muy distantes, tiene la virtud de acostumbrarles a todos a aceptarse tal y como son, a colaborar entre ellos, a ayudarse . Cuando la reacción es precisamente la contraria –señalar, marginar, estigmatizar–, significa que no lo estamos haciendo bien. La responsabilidad primera recae en quienes ejercen bullyingpero también es trabajo de maestros y familias no permitir que estas actitudes proliferen. No vale mirar hacia otro lado, como a menudo ocurre entre los compañeros, pero también en el hogar. De ahí la campaña contra este tipo de violencia psicológica que el Gobierno ha puesto en marcha, dirigida tanto a los alumnos como a los padres. También se ha creado la webacosoescolar.gencat.cat.
La publicación de estos datos ha coincidido con otros que inciden también en la importancia de atender bien la diferencia. Según el informe FAROS de alcance español del Hospital Sant Joan de Déu, entre el 5% y el 15% de los alumnos sufren dislexia, déficit de atención con hiperactividad (TDAH) o autismo. Y el sistema educativo no está preparado para hacerle frente de forma adecuada. Más horas de sueño, mayor actividad física regular y una buena alimentación son claves para la prevención. Pero faltan además profesionales formados y adaptados a esta nueva, creciente y complicada realidad, que sin duda tiene que ver con las altas tasas de fracaso escolar y con el también elevado nivel de frustración y derrotismo entre los docentes y los estudiantes que acabamos abandonando.