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La caída de Galerías Preciados

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Marc Amat
03/06/2018
3 min

El 2 de julio de 1995, el ambiente que se respiraba en el edificio de las Galerías Preciados en el Portal del Ángel era realmente raro. Los pasillos del gran almacén estaban a rebosar pero, en cambio, los estantes estaban vacíos. Todo el mundo sabía que al día siguiente ya nada sería igual: a las nueve de la noche, todos los establecimientos que la célebre marca tenía repartidos por todo el Estado bajarían la persiana para siempre. De hecho, la empresa llevaba dos semanas puesto en marcha “la histórica liquidación”, un período de descuentos que debía servir para deshacerse de todos los stocks que le quedaban, después de firmar una de las mayores suspensiones de pago del sector de la distribución en España. Galerías Preciados tiraba la toalla y ponía punto y final a décadas de intentos fallidos y desesperados para reflotar lo que había llegado a convertirse en el buque insignia del comercio madrileño.

“El nacimiento de Galerías Preciados en 1943 había revolucionado el mercado español -recuerda Neus Soler, profesora de economía y empresa en la Universidad Abierta de Cataluña (UOC) y experta en marketing-. Todo el mundo estaba acostumbrado a comprar en tiendas de barrio pero, por vez primera, había llegado a España un modelo diferente: el de gran superficie comercial, con edificios repartidos estratégicamente en todo el territorio”, explica. Reflejándose en los almacenes El Encanto de Cuba, el asturiano Pepín Fernández había decidido importar el modelo de negocio a España y la cosa le había funcionado. En los años 80 Galerías Preciados ya tenía decenas de centros en todo el Estado y empleaba a cerca de 10.000 trabajadores. Sin embargo, las cosas no tardaron mucho en darse la vuelta.

“Era un transatlántico muy difícil de pilotar”, explica Josep Maria Espinet, profesor del área de comercialización de la Universidad de Girona (UdG). La gran estructura que había ido construyendo Galerías Preciados le había obligado a enfrentarse a unos costes fijos enormes ya un endeudamiento demasiado elevado. En 1979, el negocio pasó a manos del Banco Urquijo, que ya era su principal acreedor. Dos años después, sumergidos en un mar de números rojos, los accionistas decidieron venderlo todo a Rumasa, el holding de José María Ruiz Mateos, que abrió tres nuevos centros en Madrid y Barcelona. Sin embargo, en 1983 el Estado expropió el imperio económico de Mateos y Galerías pasó a depender directamente del Estado, que inyectó 34.000 millones para sanearla. La operación fue sonada: al cabo de un año el Estado había vendido la compañía al empresario venezolano Gustavo Cisneros por 1.500 millones y Cisneros la revendía por 30.000 a la británica Mountleigh.

“Cada vez que había un cambio de manos, todos los planes de la empresa se rompían y había que empezar de cero”, apunta Espinet como uno de los motivos del fracaso. Al mismo tiempo, la competencia ya llevaba años intentando arañarle cuota de mercado. “El Corte Inglés había empezado a implantar una política de devoluciones innovadora, se había ido diversificando y apostado por campañas masivas de publicidad: Galerías nunca lo hizo”, explica Neus Soler. En 1995, finalmente, El Corte Inglés desembolsó 30.000 millones de pesetas y se convirtió en el nuevo propietario de la empresa.

La lección

“A menudo el éxito viene de cosas simples, no de construir cosas complicadas -explica Josep Maria Espinet, profesor del área de comercialización de la UdG-. A Galerías Preciados el fracaso le llegó por dos cosas obvias: no saber gestionar las cuentas y no conseguir adaptarse a las necesidades del consumidor”

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