Tres niños hacen, en un momento, sendos barcos de papel. Los sueltan al agua, en los bebederos, y empiezan a navegar, ahora al aire libre, ahora de forma enterrada, pasando por la plaza Mayor, por la calle del Born... Cada niño tiene marcado con una señal su barquito para poder identificarlo... y saber si gana, cuando lo recogen en la plaza del Teatro.
Ya hace unos años que las acequias de Banyoles han vuelto a ser espacio de juego, como lo eran tiempo atrás. Algunos se remojaban –sobre todo en los primeros tramos, de agua más limpia– o persiguían anguilas con las manos. Otros lavaban la ropa –y más cosas, como las tripas del cerdo, en época de matanza–.
Estamos en la acequia Mayor de Banyoles. En su recorrido se concentraron la mayor parte de molinos de la capital del Pla de l'Estany. Se fabricaban paños de lana, papel, harina, pieles, e incluso pólvora y chocolate. Sí, a partir del siglo XVIII, algunos molinos harineros o papeleros empezaron a moler cacao (y canela) para hacer chocolate. Nacieron varias fábricas de chocolate, una de ellas todavía muy activa: Chocolates Torras.
En los molinos les bastaba un pequeño salto de un par o tres de metros. El agua que salía de un molino iba riego hacia abajo y se movía al siguiente molino.
"Las acequias se convirtieron en cloacas cuando desaparecieron los molinos y las huertas de detrás de las casas. Estaban a la vista, pero se fueron tapando. Nuestro propósito era que las acequias tuvieran agua limpia y peces. Pero, claro, eso quería decir que la mayor parte de las casas debían hacer obras para que los bajantes ; todavía a principios de este siglo XXI, en Banyoles, fregaderos, inodoros y lavabos enviaban la suciedad riego abajo", me explica Josep Miàs, arquitecto, responsable del proyecto de peatón del barrio viejo de Banyoles. "El proyecto generó cierta oposición. No todo el mundo lo veía con buenos ojos; recibía muchos comentarios, no siempre positivos –me dice–. Es muy difícil jugar en casa (a diferencia del fútbol), reconoce.
Mientras paseamos, Josep me explica que su forma de trabajar es dibujante. "Me es imposible pensar sin dibujar. Es más: sólo soy capaz de pensar lo que soy capaz de dibujar", dice Miàs. Lo que dibuja lo ocurre a tres dimensiones, con alambre. Un conjunto de maquetas de alambre realizadas por Miàs están expuestas en el Centro Pompidou. Precisamente en este importante centro parisino están también los dibujos del proyecto de reforma del casco antiguo de Banyoles, donde las acequias –y los peatones– son los protagonistas.
En realidad, lo que se ha hecho en Banyoles es lo que se ha hecho en prácticamente todas las ciudades de Cataluña: que los peatones puedan andar tranquilamente por el espacio público de su núcleo. Pero en Banyoles este proceso quizás ha sido más radical. Aquí los coches aparcaban en todas partes, ¡incluso bajo las vueltas de la Plaza Mayor! Y hay otro condicionante –y atractivo–: las acequias.
Hijo de ama de casa y albañilería, banyolín multipremiado, aquí y fuera (por ejemplo, ha recibido el International Stone Award por este proyecto, que se hace, evidentemente, en Roma), Josep Miàs se siente identificado cuando le dicen que es un arquitecto radical –radical viene de raíz, y el proyecto de la acequia supone recuperar las raíces de Banyoles– e. Admirador y colaborador del malogrado Enric Miralles, Miàs ha firmado proyectos tan diversos como el nuevo funicular del Tibidabo, el nuevo Mercado de la Barceloneta, el Parque y la estación central de Girona, la sede de iGuzzini en Barcelona... En su municipio natal ha trabajado relativamente poco –rehabilitó los Bans V (todavía por hacer)–. La "recuperación" del casco antiguo de Banyoles peatonal es su gran obra en Banyoles, la que le ha acompañado en los últimos veinte años, de manera intermitente, y todavía no ha terminado: falta llegar al monasterio. "El espacio público es el que más debemos cuidar a los arquitectos", dice Miàs, cuando entramos en el molino de la plaza, un antiguo molino harinero. Su mecanismo sigue funcionando con agua de la acequia para las visitas.
"La realización del proyecto ha sido complejo. En la acequia Major, a su paso por el barrio viejo, ahora hay un canal superficial –lo que se ve–, con un nivel de agua siempre igual, que cuando lo sobrepasa pasa a un canal inferior, que circula justo por debajo", explica Josep Miàs. Estamos ahora en la plaza del Teatre. Hay una especie de playita: un aliviadero natural, que desciende hacia la acequia. Esta playa es de piedra de travertino, como buena parte de la zona peatonal. El travertino (aquí lo llaman "piedra de Banyoles") es una piedra caliza autóctona con la que se construyeron los principales edificios de Banyoles.
Acabamos la visita cerca del estanque, frente a una curiosa piedra triangular llamada El límite. Se encuentra justo encima de la acequia Mayor, y actúa como barrera para el agua: la obliga a circular por debajo de ella, y por tanto regula su caudal. Se desconoce cuándo se hizo, pero aparece descrita en un documento del año 1832 como "puente de límites para privar las aguas en tiempo de aguaceros".
Si va a Banyoles, no "haga" sólo el estanque. Ir al barrio viejo a disfrutar de la banda sonora que hace el agua circulando por las acequias.
El agua del estanque y de las acequias era de los reyes
Las primeras acequias de Banyoles fueron construidas en el siglo IX para abastecer de agua al monasterio de Sant Esteve, desecar las zonas de humedales y ganar nuevos terrenos de cultivo.
Las aguas del estanque y de las acequias eran del rey, pero tanto los monjes como los aldeanos las consideraban suyas. De hecho, el abad cobraba derechos a regantes y molineros. Del siglo IX al XVII hubo desavenencias y disputas. En 1685 se firmó la Concordia de las Aguas del Estanque, documento que sentó unas bases que han conducido a que hoy el agua del estanque sea un bien comunal.