El cartel del Cristo de Sevilla es de los otros

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Una de las cosas más interesantes de las obras de arte es cuando no sólo se interpreta el trabajo del artista, sino también la mirada de quien lo observa. En la última semana, se ha formado un gran revuelo en las redes sociales por la aparición del cartel de la Semana Santa en Sevilla. La imagen que ha diseñado el artista Salustiano García presenta a un Cristo resucitado, semidesnudo y en una postura calmada. En apenas unas horas se hizo viral, con gente a favor y en contra, para sorpresa del propio artista, que ha tenido que cerrar todas sus cuentas en redes sociales. Él mismo reconocía que no había intentado hacer nada revolucionario, al contrario, su objetivo era buscar algo muy clásico. Entonces, ¿por qué tanta polémica con Cristo? Yo puedo contarlo a Salustiano fácilmente: porque lo que ha pintado es del otro bando.

Investigando para esta columna he descubierto que hay un concepto que resume la mayoría de polémicas que suceden en Twitter, se llama alteridad. Esta palabra tan malsonante representa dos conceptos en un solo vocablo: la idea de que existen unos aspectos sociales, físicos, filosóficos que nos diferencian de los demás y, al mismo tiempo, que estos elementos diferenciales son los mismos que nos definen como grupo. Es decir: lo que somos es lo que no somos.

He aquí el quid de la cuestión. Cuando Salustiano García pintó su Cristo no se percató de que la barba recortada, los ojos tan perfilados que parecen maquillados, la posición de su cuerpo, crean una sensación en los cofrades que no es de los suyos. Porque los suyos se definen por oposición precisamente a las personas que son así. Si ellos visten de forma llamativa, nosotros lo hacemos de forma pudorosa. Si ellos se maquillan, nosotros no utilizamos cremas. Y si ellos, digámoslo por su nombre, son homosexuales, son queer, son transexuales, etc., nosotros no.

Lo curioso es que, al bucear en el submundo de las redes sociales, a las críticas al cartel nadie pronunciaba la palabra gay o afeminado. Se hacía referencia a que no los representaba, que no guardaba la tradición hispalense de la Semana Santa. Y yo les creo, en serio, porque esa es la respuesta racional que se dan a sí mismos. Sin embargo, hay una respuesta irracional que nadie quiere dar en público: la Semana Santa es sólo para los nuestros, para los míos. Los demás no tienen derecho a nuestras tradiciones. Y no deja de ser irónico que lo hagan defendiendo a Cristo, cuyo legado aconseja amarnos unos a otros, ayudar al prójimo y acabar, al fin y al cabo, con la alteridad.

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