¿Cellas a la moda? El porqué de las casullas de los religiosos de Notre-Dame
Una de las imágenes del pasado fin de semana fue la presentación, tras el incendio del 2019, de la catedral de Notre-Dame de París, que ha requerido intensos trabajos de rehabilitación. hubo otro: el de las vestiduras sagradas de los religiosos, que transformaron temporalmente la nave principal de la catedral en un sucedáneo de pasarela de moda. Definitivamente rompieron su estética habitual, caracterizada por la solemnidad y el cromatismo limitado, con unos diseños de Jean-Charles de Castelbajac de aire pop y combinaciones de colores nada habituales a los religiosos, con una vida entregada a la espiritualidad y con votos como la humildad o la pobreza, no solemos asociarlos a fenómenos tan terrenales como la moda. cierto que, a lo largo de la historia, la Iglesia católica ha sido una de las instituciones que han sabido utilizar la moda de una manera más magistral y efectiva.
La especificidad de la indumentaria eclesiástica nace en el siglo IV, cuando, a raíz del desarrollo de los monasterios, empezaron a vestirse diferente a la sociedad civil. Por eso, esta vestimenta conserva hoy en día la estética de la época, cuando los pantalones todavía no se habían implantado en la moda masculina y la túnica en forma de T la llevaban tanto hombres como mujeres. La túnica, como recuerdo de sus orígenes, es el punto de partida del ropaje más esencial y bien diseñado de la indumentaria eclesiástica, la sotana, fijada como indumentaria básica para infundir en los sacerdotes un tono imponente, serio, sencillo y austero . Unas líneas muy básicas, en su mayoría de color negro y sin elementos ornamentales para transmitir la renuncia a los placeres materiales ya la vanidad, en pro del mundo interior. Un color negro que, además, se contrapone al blanco del cuello, como símbolo de pureza del alma.
En el reverso de la moneda de la renuncia y la austeridad sacerdotal encontramos los altos cargos eclesiásticos, con el despliegue estético de todo el poder económico y político de la Iglesia. Ornamentaciones lujosas como encaje de bolillos, pieles o joyería unidas a tejidos de alta calidad y tintes rojos y púrpuras –de los más caros, y por eso reservados tradicionalmente a altos dignatarios– han vestido obispos, cardenales y papas. De hecho, la indumentaria de los cardenales electos en los cónclaves puede alcanzar los 6.000 euros.
La Iglesia, a lo largo del tiempo, ha sido terriblemente hábil en el uso del poder semiótico de la indumentaria, para mostrar poder y magnificencia cuando ha sido necesario y, paralelamente, austeridad y respetabilidad moral cuando se ha requerido. Y precisamente de esa conciencia sobre la potencia de la moda religiosa series como The young pope, que narra la biografía de un ficticio Pío XIII, han hecho de la moda un componente imprescindible del argumento –incluso acompañando al Papa con canciones como I'm sexy and I know it (2011)–. Del mismo modo, en el film Matrix, en el que Keanu Reeves (Neo) debe salvar el mundo de su autodestrucción, se viste al protagonista con una sotana para visibilizar su moral intachable.
Ante la potencia estética de la Iglesia, ¿qué pasó en Notre-Dame? Pues que la voluntad de mostrarse más abiertos, modernos y cercanos mató a la autoridad y al tono imponente. La misma sensación de cuando te aparecen los payasos Pallapupas en los hospitales infantiles, con batas de médico pero con detalles de colorines y narices de payaso, para que los niños olviden la realidad y el dolor intrínseco del lugar donde están. Pero, en este caso, se necesitarán más que colores y diseños pop para olvidar el sufrimiento tan profundo que ha causado la Iglesia durante tantos siglos, ya que nosotros estamos lejos de ser niños con la inocencia y la credulidad intactas. Definitivamente, la Iglesia católica, si quiere mostrarse más cercana, divertida y abierta, no puede limitarse a una renovación estética, sino más bien a un sacudido profundo y determinante de su estructura.