El crucero hotel de lujo que nunca llegó a Barcelona
Nunca un barco había causado un estremecimiento tan grande en la política barcelonesa como el crucero Sunborn. Era el 2005. Después del multitudinario Fórum de las Culturas, el debate en la capital había empezado a intensificarse: ¿cómo debía dinamizar la zona del Port Fòrum? El tripartito del Ayuntamiento de Barcelona (PSC, ICV y ERC) tenía sobre la mesa varias opciones para articular la reconquista ciudadana de unos espacios sin un uso claro. Con este panorama, se decidió promover mejoras en la zona comercial, potenciar la venta de amarres a pequeñas embarcaciones de ocio y dibujar el Campus Interuniversitario Diagonal-Besòs. Pero las desavenencias entre los socios de gobierno afloraron a raíz de la intención de amarrar un mastodóntico barco hotel. La historia es esperpéntica.
Todo empezó con la convocatoria de un concurso público impulsado por el Consorcio del Besòs y la empresa municipal BIMSA para adquirir los derechos de un amarre de 120 metros de eslora con una concesión de 25 años. El objetivo era colocar en ella un crucero de lujo que funcionara como hotel flotante al menos durante 10 meses al año. ERC e ICV pusieron el grito en el cielo. Aseguraban que el proyecto atentaba contra los principios de sostenibilidad que precisamente se habían defendido en el Fòrum y afirmaban que contradecía frontalmente el modelo turístico que se pretendía implantar en Barcelona. El propio gremio de hoteleros de la ciudad también azuzó el fuego y denunció que, de inaugurarse nuevas plazas hoteleras en la zona, se produciría “un exceso de oferta”. Sin embargo, a pesar de las críticas, el proyecto siguió adelante, buscando una diversificación de las plazas de alojamiento.
La ganadora del concurso fue la finlandesa Sunborn, con una propuesta realmente ambiciosa: proponía amarrar un crucero con cerca de doscientas habitaciones de 30 metros cuadrados y suites de lujo, un restaurante con chef de estrella Michelin, salas de conferencias, espacios para banquetes, un centro de negocios y una zona de balneario. Además, la empresa aseguró que los 200 puestos de trabajo se ocuparían con ciudadanos de Sant Adrià, que el barco -con un coste estimado de 150 millones de euros- podría construirse en España y que estaría disponible en 2007. Y todo, pagando 400.000 euros de canon anual por el uso del espacio portuario, incluso abonando un 10% anual mientras todavía no estuviera en puerto.
La realidad, sin embargo, fue otra. La construcción del barco se realizó en Malasia y, por problemas económicos, Sunborn empezó a posponer la fecha de su entrada en funcionamiento. En 2013, el barco seguía sin llegar y en la comisión de Empresa del Ayuntamiento de Barcelona ya se hablaba del “barco fantasma”. ¿Qué ocurría? La empresa se había quedado sin liquidez y, sobre la mesa, tenía la suculenta oferta de unos empresarios de Gibraltar que se habían comprometido a inyectar dinero a cambio de ubicar el crucero en el Peñón. Sunborn aceptó y plantó Barcelona. Desde el 2014, el crucero ya está en el puerto de Gibraltar, abierto y esperando a turistas con clase: los precios van de los 230 a los 1.400 euros por habitación.
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La lección
“La empresa había hecho volar palomas y se había intentado dejar querer por Barcelona, pero en el fondo la ciudad ya tenía alojamientos suficientes para cubrir la demanda -opina Lluís Prats, miembro del Instituto de Investigación en Turismo-. Los barcos hotel están al alza: permiten esquivar normativas y sacarle un alto rendimiento”, añade.