"El Saturno nos demuestra que muchas ideas que ahora tienen éxito no son nuevas –afirma Josep Maria Espinet, profesor de la UdG–. Las montañas rusas siguen siendo una de las atracciones que más gustan, los toboganes son las estrellas de los parques acuáticos y 'estrategia de precio sigue vigente: un solo pago para todas las atracciones', dice.
Así descarriló Los Urales, la colosal montaña rusa del Parque de la Ciutadella
La atracción formaba parte del parque Saturno, que fracasó en 1926
BarcelonaSitúate frente al actual edificio del Parlamento de Cataluña, en el Parque de la Ciutadella, en Barcelona. Concretamente, imagina que estás en la plaza de armas, la actual zona ajardinada delante de la puerta de la institución. Es en 1911. Alzas la mirada y ves a un montón de gente que hace cola, deliciosa, frente a la inmensa torre metálica que conduce a una flamante montaña rusa. Encima de tu cabeza, los raíles se retuercen a gran altura, justo en el punto donde hoy los diputados desencochan antes de entrar en el hemiciclo. Sientes las risas de las ocho personas que van dentro de una vagoneta embalada, que da vueltas antes de abalanzarse contra un enorme dragón, que tiene la boca abierta y que se zampa a la gente dentro de un emocionante túnel. Estás frente a Los Urales, la montaña rusa más alta y más larga de la Europa de la época y una de las joyas más preciadas del Saturno Park, el moderno parque de atracciones que el 24 de mayo de 1911 abrió sus puertas en el Parque de la Ciutadella.
"El Saturno Park, construido en terrenos municipales, cumplía un papel vital: llenar el tiempo de ocio de las clases acomodadas, que tenían un peso muy relevante en las decisiones de las autoridades públicas", contextualiza Josep Maria Espinet, profesor del área de comercialización de la Universidad de Girona (UdG). Aparte de Los Urales, había otras atracciones míticas, como un tobogán de agua –muy parecido al actual Tutuki Splash de Port Aventura– o un tobogán metálico gigante con decenas de metros de curvas y bajadas repentinas. También había un laberinto maldito, una pista de patinaje, un trenecito panorámico e incluso un espacio donde conocer a Enano Paquito, un joven de 21 años que sólo medía 70 centímetros y que pesaba 9 kilos. A su alrededor, un gran café y conciertos itinerantes de una banda militar. En el parque se podía entrar por 10 céntimos y estaba abierto las 24 horas del día.
Detrás estaba el empresario Ramon Bargués y Bargués, que había conseguido convencer al Ayuntamiento de Barcelona para que le otorgara los permisos para hacer el parque, tal y como detalla Ròmul Brotons en el libro Parques de atracciones de Barcelona. Si bien el día de la inauguración el recinto se llenó de políticos reputados y de familias burguesas, pronto las personas fueron cambiando. "El público objetivo del parque basculó hacia las clases trabajadoras, que vivían en los barrios más cercanos", explica Espinet.
En 1916 el negocio empezó a descarrilar. El actual edificio del Parlamento de Cataluña debía convertirse en el Museo de Arte y el Ayuntamiento no estaba dispuesto a renovar la concesión para el parque. Sin embargo, Bargués logró un nuevo acuerdo y trasladó el parque a la zona de la cascada monumental. Algunas atracciones se vendieron y otras se trasladaron al Turó Park, de los propios propietarios. El cambio no gustó a la clientela habitual, que poco a poco fue encontrando otras ofertas de ocio. Entonces la dirección trató de subir los precios, pero el Ayuntamiento lo denegó. La carencia de público se tradujo en falta de mantenimiento y en 1926 el Ayuntamiento decidió reconvertir el Parque de la Ciutadella en un gran jardín urbano.