Nunca he tenido ningún problema a la hora de hablar de dinero. Una parte de mi trabajo es pactar un precio por lo que hago y gestionar la contabilidad, y hacerlo no me asusta, e incluso podría decir que tengo traza. Pero el día que una amiga me preguntó exactamente en qué consistían los productos financieros en los que tengo los ahorros me di cuenta de dos cosas. Una, que siempre he hablado de dinero y lo he gestionado, pero hasta cierto límite. Porque podía decirle más o menos de qué iba la cosa, pero de forma superficial. Una de mis hermanas trabajó durante muchos años en una entidad bancaria y gracias a ella he ahorrado y puedo dormir tranquila (gracias, Teia, te quiero!). Pero admito que no hice el trabajo de remangarme y entender a fondo en qué consistía todo. Me lo contaban, tomaba apuntes a un documento de word, porque sabía que en una hora me hubiera olvidado, y descansaba la mar de tranquila sabiendo que estaba en buenas manos. La otra realidad que me petó en mi cara fue la extrañeza que me produjo aquella conversación. Porque el dinero no suele formar parte de las conversaciones habituales entre mujeres. O sólo por decir que tenemos poca o suficiente pasta para hacer según qué, para explicar cuánto nos ha costado esto o aquello (y, en algunos casos, para contarnos precios y honorarios profesionales) o para soñar que nos hacemos millonarias.
Esa conversación con mi amiga lo cambió todo. Desde entonces a unas cuantas mujeres de mi alrededor nos ha cogido para hablar de inversiones, de tantos por cientos, de rendimientos y productos financieros de todo tipo y, atención, de la voluntad de todas juntas de ganar mucha pasta y de hacerlo lo sin ningún tipo de complejos. Y son tantas las conversaciones que mantengo, y está tan vivo mi interés por dejar de ser un aprobado justo en cultura financiera que no he podido evitar preguntarme por qué me he tardado tanto.
La respuesta es obvia: el patriarcado de los pimientos que nos ha hecho creer que por ser mujer todos estos temas no van con nosotros (sólo para unas cuantas que son listas y estudian números o son espabiladas y emprenden o heredan). La mayoría hemos nacido en familias tradicionales y hemos visto que era la madre quien se ocupaba de la economía pequeña y doméstica, pero quien ganaba la pasta gansa y tomaba las decisiones económicas era un señor, el padre. Por no hablar de las fotos sobre consejos directivos y mundo económico y empresarial con casi ninguna mujer en la imagen. Por eso no es raro que crezcamos pensando que la cosa del dinero no va con nosotros. Que es fatal quedar de pesetera. Que la ambición económica afea aún más que la celulitis. Que incluso da risa que diga con ademán serio que quiero ganar mucho dinero y no comprando un billete de lotería, sino generando riqueza.
Pero como tantas cosas importantes en la vida se trata de darse cuenta y actuar en consecuencia. Así que aquí me tenéis, estudiando, calculando y pensando todo lo que haré cuando hunda al patriarcado en la miseria y yo nade en la abundancia. Sí, soñar es gratis y muela hacerlo poniendo una cifra muy alta. ¿Cuál de vosotros se apunta?