Donald Trump, ¿de delincuente a presidente?

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Partidarios de Trump en Florida.

Donald Trump se ha convertido en el primer expresidente estadounidense condenado en una causa penal, en este caso por 34 delitos cometidos en la operación que urdió para tapar una relación extramatrimonial con la actriz porno Stormy Daniels que podría haberle estropeado su victoria ante Hillary Clinton en el 2016. En condiciones normales, esta condena habría acabado con la carrera política de cualquiera, pero éste no es el caso de Trump, que precisamente basa buena parte de su éxito en vender la idea de que es víctima de una persecución política para, justamente, oponerse al establishment de Washington. De hecho, este viernes, en una intervención llena de falsedades, ha declarado que "vivimos en un estado fascista" y ha acusado directamente a los demócratas y Joe Biden de estar detrás de sus problemas judiciales. Nada más lejos de la realidad.

La condena no impedirá que Trump se presente a las próximas elecciones presidenciales, en noviembre, ya que la legislación no prevé la inelegibilidad en caso de condena, ni siquiera en el caso de que fuera encarcelado, una decisión que conoceremos pocos días antes de la convención republicana. El único efecto práctico, paradójicamente, es que Trump no podrá votarse a sí mismo, puesto que ser condenado por ciertos delitos en el estado de Florida, donde reside, comporta la retirada del derecho de voto. La única causa que le podría acarrear la inhabilitación es la acusación de haber alentado el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2020, pero ésta es una decisión que sólo puede tomar el Congreso, con mayoría republicana.

Lo cierto es que Estados Unidos se enfrenta a un momento crítico de su historia en las próximas elecciones presidenciales, en las que Trump mantiene una ligera ventaja en las encuestas. La sociedad estadounidense parece más polarizada que nunca, y los antiguos votantes moderados que decantaban la balanza hacia uno u otro lado en función de la coyuntura parecen haberse desvanecido. El viejo Partido Republicano está hoy secuestrado por su ala más radical, y no hay ningún dirigente de peso capaz de hacerle frente. El consenso bipartidista ha desaparecido y lo que existe es pura guerra cultural entre dos sectores. El trumpismo juega precisamente a esto, a enfrentar a una parte del país contra la otra. De hecho, sus seguidores siguen convencidos de que los demócratas adulteraron las elecciones para impedir la reelección de Trump. En su burbuja mediática, donde las fake news circulan con total libertad, Estados Unidos está en peligro por culpa de un gobierno intervencionista y socialista.

Al otro lado, los demócratas no logran levantar el vuelo. Pese a que la economía bate récords, la imagen titubeante de Joe Biden no ilusiona a los suyos y factores como la invasión israelí de Gaza dividen al electorado. Habrá que ver qué ocurre en las próximas semanas y si la condena sirve al menos para que los republicanos menos fanatizados se repiensen si pueden votar a un delincuente como presidente. Porque los analistas avisan de que si el magnate neoyorquino vuelve a la Casa Blanca, la denuncia que él hace de vivir en un "estado fascista" puede hacerse real.

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