Aficionados durante el partido de ida de semifinales de Champions fútbol femenino Barça Wolfsburg, Camp Nou
06/01/2025
4 min

Jaume Giró rompe en el ARA su silencio sobre el Barça, cuatro años después de haber decidido no entrar en la junta directiva del club, a pesar de haber realizado toda la campaña electoral basada en la prioridad de reducir el endeudamiento del club y recuperar el patrimonio.

Giró fue nombrado en mayo de 2021 consejero de Economía y Hacienda, responsabilidad desde la que sacó las finanzas de la Generalitat de la calificación de bono basura y aprobó los únicos presupuestos en tiempo y forma en 15 años .

--

La pesadilla de cualquier comediante ante un auditorio es querer hacer reír, pero hacer llorar. Hay una peor pesadilla: la del actor dramático que, queriendo hacer llorar, da risa. El Barça empieza a parecer un club que, instalado en la tragedia, termina –sin quererlo– escenificando una farsa.

Si el Barça, en vez de ser un club de fútbol, ​​fuera un circo, nos pondríamos las manos en la cabeza al ver que los malabaristas y los funambulistas han cogido las riendas de la dirección de la empresa. Convencidos de sus destrezas, aplican a la gestión de la institución las mismas habilidades que en el espectáculo que dominan. Andan sobre la cuerda floja, sin red, sin barra estabilizadora y, lo que es lo peor, sin equilibrio. Hacen volar un grupo de huevos al mismo tiempo, en un círculo que un día fue virtuoso, pero que hoy apunta hacia un descalabro con cuyos restos no se podrá hacer ni una tortilla. El consuelo provisional: aún puede ser peor.

Si las cosas siguen así, dejaremos de hablar de malabaristas y equilibristas, y empezaremos a hablar de payasos. No nos falta mucho para ser el hazmerreír de todos, si es que no lo somos ya.

Más allá de los hechos, ya conocidos, existen dos aspectos de todo este vodevil barcelonista que vivimos estos días que reclaman ser analizados con criterios que van más allá de la pura evaluación deportiva. Tienen que ver con el marco sociológico en el que estamos hoy.

El primero es la catástrofe hacia la que nos abocan, indefectiblemente, los liderazgos carismáticos. Liderazgos que, por otra parte, logran retener a un ejército de incondicionales que son incapaces de ver la viga en el ojo propio. Da angustia ver cómo personas que no hacen lo que prometen, que no piensan lo que hacen y que perpetran negligencias flagrantes, se las empujan para hacer pasar buey por bestia gorda. No es sólo en el mundo del fútbol.

El mundo de la política empieza a estar lleno de esta clase de liderazgos, y eso debería preocuparnos porque, aunque puntualmente pueden recoger algunos logros tan deslumbrantes como efímeros, el balance final de las direcciones mesiánicas siempre es catastrófico. La estrategia es, en todos los casos, la misma: se trata de señalar un burro de todos los golpes, bien sean las personas inmigradas, el "madridismo sociológico", el entorno conspirador, la caverna mediática o los periodistas que no escriben el relato oficial. La Unión Europea, la Federación Española o la Liga de Fútbol Profesional. Da igual. La cuestión es desviar hacia un tercero el origen de nuestros fracasos y de los palos, algunos de los cuales –quizás– nosotros mismos nos estamos dando.

El segundo aspecto sobre el que quiero hacer énfasis es la exposición de todo un país a la risa general del mundo. Siempre hemos dicho, con orgullo justificado, que el Barça es algo más que un club. Por lo que representa, por los valores que encarna, por todo lo que arrastra.

Joan Laporta en una comparecencia.

Que la bandera esté presente en la equipación del club, y que el brazalete de capitanía se represente en todas las secciones con el emblema de una nación, conlleva responsabilidades adicionales a las puramente deportivas Más que un club, menos que un estado

Ninguna junta directiva, y menos aún, ninguna presidencia, debería actuar al margen de esa bendita losa que nosotros mismos, barcelonistas, nos hemos impuesto orgullosamente. Pero estas responsabilidades, hoy, se están descuidando gravemente.

El problema de la representatividad del Barça es que la tragedia institucional en la que estamos inmersos se proyecta, sin que podamos evitarlo, sobre nuestro país en su conjunto. No podemos hacer nada por impedir que la falta de profesionalidad y la gestión institucional incompetente e irresponsable nos salpicen, a todos los catalanes, seamos o no del Barça.

Más que un club. ¿Qué significa exactamente esto? Quiere decir que la institución encarna unos valores que van más allá de la competición deportiva. Esto comporta un nivel expandido de responsabilidad por parte de la dirección del club. Nivel al que, por cierto, corresponde un nivel de exigencia igualmente amplificado. Las cuentas que hoy debemos pedir a las personas que gobiernan el club van mucho más allá de las relativas a la gestión ya los resultados deportivos. ¿Lo estamos haciendo?

Nos guste más o menos, que el Barça sea más que un club se debe, entre otras cosas, a que representa a una comunidad de personas orgullosas de su país y defensoras de su singularidad.

El Barça es más que un club, en buena parte, porque Catalunya es menos que un estado. Pero si el Barça continúa, como está haciendo durante los últimos años, empeñado en mostrarse ante el mundo cuanto menos que un club, como un club de broma, entonces la imagen de Catalunya y de todos los catalanes, desgraciadamente, quedará debilitada terriblemente . Y lo que es quizás peor: también nuestra causa.

stats