A lo largo de la historia, los peinados voluminosos han adquirido protagonismo, sobre todo, para otorgar importancia, distinción y empoderamiento a quienes les lucía. Un ejemplo es el peinado pouf de Maria Antonieta, de dimensiones tan espectaculares que se requerían horas para realizarlo con éxito. Primero se daba forma a la estructura metálica de base y después se distribuían las almohadas encargadas del volumen. Posteriormente se forraba todo con cabello postizo trabajado y, por último, se añadían plumas, collares, lazos, flores o tejidos, cubiertos con polvos de arroz. El pouf rezumaba privilegio, ya que su incomodidad y la inmovilidad que exigía le hacían incompatible con un trabajo productivo. Claramente, limitaba acciones cotidianas como atravesar una puerta. Por eso en el palacio de Versalles tuvieron que incrementar la altura de los umbrales, y muchas mujeres llevaban un listón en la nuca, para que un mal gesto, sumado al peso del peinado, no pudiera desnucarlas.
Si hasta finales del siglo XVIII el volumen capilar provenía de la nobleza. No es curioso que Elvis y Priscilla le incorporaran como seña de identidad; dos personas que encarnan lo más cercano para Estados Unidos a una realeza autóctona. De hecho, el tupé también recibe el nombre de pompadour, aunque nada tiene que ver con el amante de Luis XV. Tiene sus orígenes en otra amante real, la de Luis XIV, la duquesa de Fontanges, inventora de un peinado con gran volumen frontal. En los años 50 del siglo XX, el tupé, con Elvis Presley como principal valedor, vivió su momento de gloria. La juventud, erigida en nuevo segmento social, hizo uso de la extravagancia estética y capilar como disidencia social y altavoz para escucharse.
El biopic Priscilla, bajo la dirección de Sofía Coppola, narra la historia amorosa entra los dos, pero no coloca el punto de mira en el icónico cantante, sino en ella. Uno de los rasgos que más ha trascendido de Priscilla a lo largo del tiempo ha sido la moda, que la ha coronado a menudo como icono de tendencias. Pero lo que suele desconocerse es que sus estilismos fueron una trampa mortal que le coartaron la libertad y los derechos más fundamentales. Por su juventud, Priscilla, una chica 14 años, supuso una pareja fácil de moldear para Elvis. El cantante le determinaba cómo pensar, actuar, andar o vestir, hasta convertirla en una muñeca en vida. Siempre tenía que lucir perfecto según el gusto de Elvis, como complemento de lucimiento y éxito de su personaje, junto al cadillac o la mansión. Los estándares estéticos de Priscilla eran siempre muy exigentes, hasta el punto de que parió a su hija con el abundante maquillaje que a él le gustaba y con pestañas postizas. El peinado fue un elemento clave para fusionarlo totalmente con él. Elvis le hizo teñir el pelo de negro y fue el artífice del mítico peinado bouffant de Priscilla, con una cantidad de laca para agujerear la capa de ozono ella solita y con unos volúmenes con reminiscencias del sur de Estados Unidos que han pasado a la historia.
Es curioso como un peinado que históricamente nació como símbolo de empoderamiento para Priscilla supuso la anulación de su personalidad. Su bouffant no resultó ser más que un suflé, que ella tuvo que pinchar para abrazar la libertad. Cuando recuperó la naturalidad de su pelo, tanto de color como de textura, empezó a ganar la seguridad necesaria para pensar por sí misma y abandonar, definitivamente, el Rey del Rock & Roll.