Las elecciones al Parlamento Europeo (PE) han traído una ola de voto de extrema derecha que no por anunciada deja de ser una sacudida histórica y preocupante. Su contundente victoria en Francia ya ha tenido consecuencias, con la convocatoria de elecciones legislativas avanzadas por parte del presidente Macron, que en un gesto arriesgado espera hacer reaccionar a los franceses para detener la formación de Le Pen. En Italia, el partido de Meloni, el otro gran líder del populismo ultra, gana claramente una cita con las urnas que había planteado como un plebiscito en su gobierno. El panorama en Alemania viene marcado por el virtual empate en el segundo puesto entre la neonazi AfD –pese a los escándalos que le han rodeado con acusaciones de espionaje para China y declaraciones avalando a las SS de Hitler– y los socialdemócratas del canciller Scholz; pero la derecha tradicional cristianodemócrata, de la que forma parte la actual presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, aguanta el tirón y se mantiene al frente de las preferencias de los electores. En Austria, el extremismo neofascista del FPÖ obtiene por primera vez la victoria. Y en los países nórdicos y del este de Europa las formaciones euroescépticas y autoritarias obtienen igualmente buenos resultados.
España, en cambio, se perfila como una excepción: la mayoría plural en torno al socialista Pedro Sánchez sólo pierde por un escaño ante la suma PP-Vox (a los que hay que sumar el ultra Alvise), por lo que el ola de extrema derecha en el Estado queda limitada. Feijóo, el líder popular, logra el primer puesto, pero no logra desmarcarse del PSOE pese a haber agitado el supuesto escándalo en torno a la esposa del presidente, Begoña Gómez, y pese a la oposición frontal a la amnistía en el independentismo. Y en Cataluña, es una de las pocas regiones europeas donde las izquierdas logran una amplia mayoría, con los socialistas al frente (30,63%) –el PSC encadena cinco victorias electorales–, mientras que el independentismo no reconecta con el electorado, con un Junts que pierde dos escaños pero mantiene una ligera ventaja sobre ERC: 18,02% frente a 14,82% de los votos.
En la lectura global europea, pese al auge de la extrema derecha, en la Eurocámara se mantiene operativa la mayoría de la gran coalición que hasta ahora ha funcionado entre el Partido Popular Europeo (PPE), la socialdemocracia y los liberales. Y todavía se puede contar con los verdes y las izquierdas plurales. La extrema derecha, pues, ha irrumpido ciertamente con fuerza, sobre todo en el corazón de la Unión, en algunos de los grandes países fundadores, pero no necesariamente tiene capacidad de condicionar la cámara legislativa. No deja de ser preocupante, sin embargo, su crecimiento y capacidad de condicionar los debates y las políticas públicas en temas críticos como la inmigración, la lucha contra el cambio climático, la soberanía y la gobernanza europea ante los estados, los derechos y libertades individuales, el respeto a las minorías o el posicionamiento en la guerra de Ucrania contra Rusia.
A partir de ahora, será decisiva la capacidad de los partidos nítidamente europeístas y democráticos de avanzar en grandes consensos y sobre todo de reconectar y dar respuesta a las inquietudes de una ciudadanía europea que ha dado claras señales de buscar soluciones mágicas en l extremismo involucionista.