Hace diez años empecé a dar vueltas por el país para preparar esta serie veraniega que impulsan el ARA y la Agencia Catalana del Patrimonio Cultural. Tuvieron la idea el director adjunto del diario, Ignasi Aragay, y el malogrado Àlex Susanna, que entonces dirigía este organismo de la Generalitat que sigue apoyando estos reportajes. En verano de 2016 publiqué la serie «Monumentos», pensando que sería la única. Y no hay nada de los miles de kilómetros que he hecho... La iniciativa ha tenido un largo recorrido. La serie que hoy inicio va de presas, centrales hidroeléctricas, acueductos, museos del agua, torres de agua, termalismo, acequias... Comencé a prepararla cuando la sequía era extrema. Hay cosas que cambian... ¡hacia mejor! ¡Qué gozo ver el pantano de Susqueda lleno hasta la bandera! Pero también existe otro elemento de la visita que me ha cautivado. Me habían hablado de ello, pero... No hay nada que verla. Es una gran sala situada dentro de la presa, en el nivel superior, en la que las columnas son protagonistas.
Vamos con el responsable de Enel de la zona y director de la central, Xavier Jou. Bajamos por una amplia escalera helicoidal que ya presagia que la estética es un elemento fundamental de esta central y llegamos a la gran sala. Es triangular y tiene dos hileras de pilares de geometría hiperbólica en medio que sustentan la cubierta. Cada pilar está bien iluminado, lo que les da mucho más protagonismo. El material estrella –y casi único– es el hormigón. En realidad la sala no tiene ninguna función específica, más que ser sitio de paso. Es un espacio vacío, que permite acceder a las entrañas de la presa, para ir revisando y realizar su mantenimiento. Hay siete galerías horizontales y una galería perimetral en forma de baja.
Esta magnífica sala hipóstila sería el espacio ideal para realizar un concierto o una fiesta, pienso. Quizás "me la pido" –como dicen los niños– para presentar un libro. En un rincón existe una pequeña exposición de piezas que explican la evolución de las centrales hidráulicas. Veo una triste silla que, dadas las dimensiones de la sala, se ve pequeña.
En el exterior, junto a la escalera por la que hemos bajado, hay una escultura dedicada a quienes trabajaron en la construcción de la presa.A quienes colaboraron en la realización del salto de Susqueda", leo al pie del monumento. No es habitual en este país que haya un monumento a los trabajadores de una presa, ni en obra pública alguna. Aquí no hay uno, sino dos (hay uno dedicado a los trabajadores –ubicado en la presa– y otro dedicado a quienes murieron –ubicado en la central hidroeléctrica–; quienes dejaron la piel son, pues, doblemente homenajeados). Todo esto tiene el claro sello de Arturo Rebollo, el diseñador de la central, que hoy sigue generando admiración por su diseño. Rebollo ha muerto este año 2025 y su traspaso ha pasado bastante desapercibido. «Arturo Rebollo debió de tener mano izquierda para que le aceptaran los elementos artísticos que propuso, que suponían, claro, más quebraderos de cabeza y más presupuesto», comenta Xavier Jou. Rebollo era una eminencia. Estudió arquitectura, pero no le bastó, y cursó también ciencias geológicas, historia del arte, antropología, filosofía, estética e ingeniería geológica... ¡Siete títulos universitarios!
Cuando tenía sólo 26 años diseñó esta presa. Asumió un reto gigantesco. Por eso viajó para investigar de primera mano las técnicas y métodos de construcción que se utilizaban para construir presas. Poco después de recibir el encargo se rompió la toma de Malpasset, en Francia, de la misma tipología que la de Susqueda, que provocó 421 muertes. Rebollo no dudó en ir a ver esa presa.
Vamos con un coche de coche hasta la central, que se encuentra 3 kilómetros y medio más abajo. Nos adentramos por un túnel con una iluminación futurista. «Se enterró para buscar el máximo desnivel posible», explica Xavier. Hay dos turbinas originales y una tercera que se instaló unos años después, en 1981.
Tengo la sensación de estar dentro de una película de ciencia ficción. Me detengo un buen rato ante un friso que explica, a través de personajes hechos de hierro, en acción, como hacían los egipcios y altas culturas antiguas, cómo se construyó esta instalación. También me llaman la atención las diversas plantas y flores "permanentes" –no hace falta regarlas–, hechas de hierro. Todo ello tiene, de nuevo, el sello de Arturo Rebollo.
"En Susqueda había personal trabajando 24 horas, por turnos, en la presa y en la central. Ahora todo está automatizado", me explica Xavier cuando estamos ante un enorme panel de mando. Hace años que no se utiliza, pero se ha mantenido como un vestigio del pasado. Es muy gráfico: es un esquema con botones. Pero yo no entiendo nada de lo que "dice".
"La presa de Susqueda es esencial para el abastecimiento de agua en Barcelona y el área metropolitana, para el consumo doméstico, para el riego y para la industria. Si desapareciera Susqueda tendríamos un problema", dice Xavier. "En los últimos años, con la puesta en marcha de desalinizadoras, el reaprovechamiento de las aguas depuradas mediante la regeneración del agua y el bombeo de agua del Llobregat aguas arriba para reaprovecharla, Susqueda se ha hecho algo menos imprescindible. Pero sigue siéndolo".
Construida en la década de los años 1960
La construcción de la presa de Susqueda se hizo entre los años 1963 y 1967. Se inundó un pueblo, pero se habla menos que del pantano de Sau –situado unos kilómetros más arriba–, porque ningún campanario se asoma.
La presa es de tipo bóveda de doble curvatura, es decir, curvada en el plano horizontal y también en el vertical. Está hecha de dados de hormigón, entre ellos unas juntas –¡todas numeradas!–. "Las juntas son el punto débil de la presa; tenemos que controlar si se ensanchan o empequeñecen", dice Xavier. En las juntas entre el hormigón es mayoritariamente donde se producen los movimientos que realiza la presa.